Anoche, en
Salamanca, cobijados en un recinto bajo de techo, pino de escaleras, pobre de luz, entre
unos camaradas de buena estirpe leonesa, parcos en la sonrisa y en la alabanza, pasamos el
aniversario de Matías Montero. Como el recinto fue, sin adornos, la ceremonia: unas
palabras de Salazar y de Bravo, otras palabras mías y un silencio que nadie impuso, pero
que tuvo, en su autenticidad, mucho mejor sentido que los rituales minutos de silencio.
Dije a los camaradas de Salamanca y os digo ahora: El martirio de Matías Montero no es
sólo para nosotros una lección sobre el sentido de la muerte, sino sobre el sentido de
la vida. ¿Recordáis vosotros, los de la primera hora una de las cosas con
que se intentaba deprimimos? Se nos decía: "No triunfareis; para llevar adelante un
movimiento como el vuestro hace falta contar con gente endurecida en grande; los
españoles arriesgaron y dieron la vida." Y por España y por la Falange dio Matías
Montero la suya.
Buen piedra de toque es ésta para conocer la calidad de nuestro intento. Cuando
dudemos, cuando desfallezcamos, cuando nos acometa el terror de si andaremos persiguiendo
fantasmas, digamos: ¡No!; esto es grande, esto es verdadero, esto es fecundo; si no, no
le hubiera ofrendado la vida que él, como español, estimaba en su tremendo valor
de eternidad? Matías Montero.
(Arriba, núm. 1, 21 de marzo de 1935)