Agradezco esos aplausos, pero os
pido que siempre seáis parcos de ellos. Que imitéis siempre en vuestra conducta a esta
magnífica Salamanca, capaz de conservar siempre un señorío y áspero decoro, cuyas dos
notas características son las que nosotros deseamos para España: la firmeza del estilo y
el sentido imperial en la conducta.
Estas dos cosas son las que han hecho grande a España en sus tiempos de gloria. Cuando
han faltado, como ahora, al país le entró un tedio insoportable, una desgana pesimista,
que se metió por las rendijas de su alma, haciendo dudar de su destino a un pueblo tan
magnífico como el español. Ahora está ocurriendo eso, y de ahí que hayamos venido
nosotros para recobrar al servicio de España su estilo impecable y su ímpetu imperial.
En 1931 pensemos que somos una generación desligada de los errores anteriores a
dicha fecha el pueblo español creyó haber recobrado la conciencia de su unidad, la
fe en su destino. Pero pronto, por errores de aquellos que recogieron el Poder, se vio que
las promesas de que tuviéramos un gran quehacer común que desempeñar en el mundo y la
seguridad de que a ello estábamos decididos, se frustraron. Fue la última defraudación
sufrida para su mal por España. Poco tiempo se tardó en comprenderlo, y eso que buenos
españoles, como este cuya voz oís en Salamanca con acento familiar y magistral a la par,
lo advertían con acento profético.
Los que gobernaron durante el período de Azaña no se acordaron de la entrañable
aspiración popular, no tuvieron en cuenta que España necesitaba una fe y una enérgica
tarea de nacionalización de todos los valores. Y perdieron su tiempo, dedicados a un
esteticismo monstruoso, jugando con los valores más caros del alma popular y
menospreciando las ansias espirituales del pueblo.
Cayeron en la peor infecundidad social y política, y no es lo malo que aquellos
enemigos nuestros se equivocaran. Lo malo es que esta infecundidad persiste ahora, cuando
impera un maridaje de sacristías y masones que, con olvido de los ideales magníficos de
la hispanidad, perpetúan un fracaso y un espectáculo lamentable.
Así tenemos que el partido radical, cuyos únicos ideales de juventud fueron degollar
frailes y atropellar religiosas, cuando por azar le llega la ocasión de ejercer
influencia en el Poder, no tuvo con qué suplir sus aspiraciones de juventud, tan
pintorescas como nefandas, y las ha sustituido con el afán de gobernar a costa de lo que
sea, alineándose con Acción Popular, que así se llama hoy lo que comenzó llamándose
Acción Nacional, de sentido monárquico, dando lugar a la mixtura cedorradical que nos
gobierna. Y todavía hemos podido ver nosotros en las fachadas de Madrid los carteles con
los que las derechas unidas ganaron las elecciones de 1933, en los que, con su sabiduría
acreditada, Acción Popular se comprometió, para después del triunfo electoral, con
anular la Ley del Divorcio, con introducir el crucifijo en las escuelas, con defender las
grandes cosas (Religión, Familia, Orden) amenazadas por la revolución, sin que a los
quince meses de su éxito haya logrado imponer casi nada de lo que solemnemente prometía.
Se produjo después en nuestra historia el terrible 7 de octubre, subversión con un
indudable fondo popular equivocado, pero popular, cuyos jefes cometieron el delito de
aliarse con el más torpe separatismo. Por esto acaso no triunfó la revolución, ya que a
los más decididos revolucionarios repugna y subleva la idea que llevan dentro de su
pecho, exaltadora de la unidad patria. Al día siguiente, cuando el heroísmo de las
Fuerzas Armadas consiguió dominar la revuelta, se pudieron recobrar cincuenta años de
historia, emprender la tarea de acabar para siempre con los peores enemigos de España: el
separatismo y el marxismo. Pero el Gobierno del extraño bloque gubernamental, fundado por
el disfrute del Poder, no hizo nada. En vez de emplearse a fondo en la primera hora,
evitando la tardía represión actual, se limitó a dejar hacer. Y es que no sólo hay un
fracaso de hombres y de partidos. Es que este Estado ya no sirve, resulta inválido para
nuestros tiempos difíciles, y ha dejado que se forjen, y están ahí, en la calle, nuevos
fermentos incubadores de insurgencias.
Anda ahora España como un ciego perdido por un pasadizo, tocando con una mano o con
otra, perdido el tino. Consideramos fundamental, para que encuentre su norte, el arreglo
profundo de la economía, pues la que se regía por las normas liberales está en plena
decrepitud. Si no damos una fe y un ideal a las nuevas masas desesperadas, volverán de
nuevo a la violencia.
Se refiere a Rusia, para decir que no se ha cumplido el augurio de Lenin, para el cual,
primero atravesarían por el capitalismo del Estado, luego por el socialismo del Estado,
para llegar, finalmente, al comunismo. Han fracasado allí, ya que, no obstante la férrea
disciplina, no han pasado de la primera etapa.
Alude al capital financiero, estimando que su excesivo desarrollo ha perjudicado a la
misma economía, y cita, en apoyo de su tesis, el caso de una empresa en Madrid.
Se ocupa del problema del trigo, y dice que "es absurdo que mientras hay muchos
españoles que no tienen para comer, los labradores tengan abarrotadas sus paneras y, por
la paralización del mercado, no tienen dinero para cubrir sus necesidades. Resulta,
además, que el español es quien menos pan come, según estadísticas comparativas de
varios países. Esto no puede ser. El Estado debe resolver íntegramente los problemas de
distribución del trigo, con medidas eficaces, no con las que suelen dictarse desde los
despachos ministeriales de Madrid, nidos de arbitristas que no conocen la realidad
española".
Se muestra partidario de una profunda reforma agraria, inteligente, pero no
demagógica. "Hay que procurar que la tierra de España sostenga a todos sus hijos,
cueste lo que cueste."
Se respetarán las fincas extensas que son unidades de cultivo y se protegerá al
pequeño labrador, procurando siempre que la economía agraria integre regularmente la
riqueza nacional
"Mas, ante todo, hay que nacionalizar el Estado, dotarlo de prestigio y fuerza.
Ahora se habla de los Estados fuertes, pero yo os digo que aquel que sólo se apoya en las
dignas instituciones armadas y que no suscita una adhesión espiritual, está condenado a
ser vencido por sus enemigos."
Define el concepto de Patria desde el punto de vista nacionalsindicalista. "Para
nosotros, nuestra España es nuestra Patria, no porque nos sostenga y haya hecho nacer,
sino porque ha cumplido en la Historia los tres o cuatro destinos trascendentales que
caracterizan la historia del mundo. Por eso no podemos ser nacionalistas a la manera
estrecha y mezquina de esos nacionalismos pequeños que representan un retorno a la
prehistoria."
Elogia después la organización provincial del Movimiento, y termina excitando a todos
sus correligionarios para que "afinen su estilo nacionalsindicalista en todo momento
de la vida social, política y sindical, pues no cabe duda que una minoría disciplinada y
creyente será la que se transforme en eje implacable de la vida española sobre el que
montar el resurgimiento español, acabando con este tedio y esta chabacanería de la vida
española actual". (Gran ovación.)
(El Adelanto, 12 de febrero de 1935)