(Discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de noviembre de 1934)
El señor PRIMO DE RIVERA:
No imaginará el señor Gil Robles, cuando me levanto a hablar, además, en ocasión
tan desfavorable, que lo hago a impulsos de un espíritu de partido, porque cabalmente lo
que voy a reprochar al Gobierno es que haya dejado intacta para mi partido, o para quienes
me siguen y me acompañan, una bandera que tuvo ocasión magnífica de recoger. El
Gobierno que preside don Alejandro Lerroux se encontró en una de esas encrucijadas
históricas desde donde arrancan para una patria el camino de la grandeza y el camino de
la vulgaridad. Hubo una ocasión decisiva en aquella mañana del 7 de octubre en que todos
confiamos, en que todos apoyamos, en que todos exaltamos al Gobierno que preside don
Alejandro Lerroux para que lanzase a España por el camino de la grandeza, y éste es el
momento en que tememos que el Gobierno que preside don Alejandro Lerroux está
desperdiciando esa magnífica ocasión histórica. La está desperdiciando, a mi modo de
ver y conste que tengo que empalmar para esto, más que con el debate brillantísimo
desarrollado aquí en la tarde de ayer y en la de hoy, con las palabras del señor
presidente del Consejo de Ministros, la está desperdiciando, porque en este
fenómeno histórico, inmenso, ingente, de la revolución que se acaba de vencer, parece
como si el Gobierno no hubiera querido ver más que lo superficial, los brotes más
externos de todo lo que constituye la revolución; se dijera que lo más señero, lo más
significativo, fue el caso de tal pistolero que disparó contra tal autoridad, o de tal
minero que encendió la mecha de tal bomba. Eso no es más que el brote superficial.
Parece como si de ahí no pudiera pasarse sino a la influencia política que tuvieran
tales o cuales sindicatos. Eso no es más que el tronco del problema; pero la raíz jugosa
y profunda de la revolución está en otra cosa; está en que los revolucionarios han
tenido un sentido místico; si se quiere, satánico, pero un sentido místico de su
revolución, y frente a ese sentido místico de la revolución no ha podido oponer la
sociedad, no ha podido oponer el Gobierno, el sentido místico de un deber permanente y
valedero para todas las circunstancias.
Se decía aquí por varios oradores: pero ¿cómo los mineros de Asturias, que ganan
dieciocho pesetas y trabajan siete horas, han podido hacer una revolución socialista? Yo
quisiera contestar: pero ¿es que también vamos a profesar nosotros la interpretación
materialista de la Historia? ¿Es que no se hacen revoluciones más que para ganar dos
pesetas más o trabajar una hora menos? Os diría que lo que ocurre es todo lo contrario.
Nadie se juega nunca la vida por un bien material. Los bienes materiales, comparados unos
con otros, se posponen siempre al bien superior de la vida. Cuando se arriesga una vida
cómoda, cuando se arriesgan una ventajas económicas es cuando se siente uno lleno de un
fervor místico por una religión, por una patria, por una honra o por un sentido nuevo de
la sociedad en que se vive. Por eso los mineros de Asturias han sido fuertes y peligrosos.
En primer lugar, porque tenía una mística revolucionaria; en segundo término, porque
estaban endurecidos en una vida difícil y peligrosa, en una vida habituada a la
inminencia del riesgo y al manejo diario de la dinamita. Por eso, con esa educación de
tipo duro y peligroso, y con ese impulso místico, satánico si queréis, han llegado a
las ferocidades que lamentamos todos.
Pero frente al estallido de una revolución llena de ímpetu místico y de instrumentos
guerreros, ¿qué podía ofrecer la sociedad española; qué podía ofrecer el Estado
español? ¡El Estado español ... ! Pero ¿es que el Estado español cree en algo? El
señor presidente del Consejo de Ministros nos decía ayer, como expresión perfecta de lo
que debe ser un jefe de Gobierno, que él se coloca equidistante entre las izquierdas y
las derechas, sin tolerar la extralimitación de ninguna. Es decir, que en el concepto
político del señor presidente del Consejo de Ministros, las izquierdas y las derechas
deben existir, pero 61 no es ni de las izquierdas ni de las derechas. El defiende un
Estado que no cree en una postura ni en otra, aunque reconoce que ambas posturas existen y
son lícitas. Pero ¡qué, si tenemos la prueba viviente en estos días de que el Estado
español no cree en sus propias bases! No tenéis más que ver que estamos, por ejemplo,
discutiendo la revolución bajo la censura de Prensa. Nosotros formamos parte de este
Cuerpo legislador; discutimos en este edificio, en el que parece que está volatilizado,
entre las horribles pinturas del techo y el horrible terciopelo de los bancos, eso que se
llama la soberanía nacional; pues bien: nosotros, depositarios de la soberanía nacional,
tenemos que recibir cada noche una especie de espaldarazo de buenos chicos que nos
discierne algún funcionario subalterno del Gobierno Civil.
El Estado no cree en nada; el Estado no cree en la libertad, ni cree en la soberanía
del pueblo, porque la suspende cada vez que hace falta. El Estado no se cree siquiera
depositario ni cumplidor de un fin supremo, y prueba patente de esta verdad dura y triste
la tuvimos en una famosa arenga que hubimos de oír por la radio la noche siguiente de
vencerse la sublevación en la Generalidad. Un hombre que había tenido la suerte inmensa,
providencial, de ser quien devolvió a España su unidad en peligro, pronunció la noche
siguiente estas palabras, que oímos todos por la radio, repito, para nuestra vergüenza:
"Respetables son éstos los ideales, sean cuales fueren; son execrables
cuando se salen del terreno legal y se apela a la violencia para establecerlos." De
modo que un hombre que acaba de hacer cara nada menos que a un intento separatista,
declaraba que ese sentimiento separatista no es execrable como contenido separatista, sino
porque se ha producido sin cumplir el artículo cual o el artículo tal de ciertas normas
reglamentarias.
¿Y la sociedad española? Decidme si la sociedad española tenía el sentido de estar
al servicio de unas normas de validez permanente que la justificaran en una actitud
enérgica de defensa. El señor Gil Robles, en uno de sus elocuentísimos discursos, en
uno de sus extraordinarios discursos, en uno de sus milagrosos discursos y digo
milagrosos en el sentido exacto de esta palabra, nos dijo ayer que nadie va más
lejos que él en las reformas sociales, que nadie está mejor dispuesto que él para las
reformas sociales. Y yo digo: una sociedad que sabe que tiene que reformarse es que tiene
la noción de su propia injusticia; y una sociedad que se cree injusta no es capaz de
defenderse con brío.
Ni el Estado español ni la sociedad española se hubieran defendido con brío frente a
la revolución si no hubiera entrado en juego el factor, que siempre nos parece
imprevisto, pero que no falta nunca a la cita en las ocasiones históricas, de ese genio
subterráneo de España, de ese genio heroico y militar de España, de esa vena perenne de
España que, ahora como siempre, albergada en uniformes militares, en uniformes de
soldaditos duros, de oficiales magníficos, de veteranos firmes y de voluntarios prontos,
una vez más, ahora como siempre, ha devuelto a España su unidad y su tranquilidad. (Muy
bien.)
Esto me parece que es axiomáticamente así, y, sin embargo, temo que el Gobierno
que preside don Alejandro Lerroux no haya sacado las consecuencias exactas de ello. Sus
medidas, las medidas que hemos empezado a conocer, son puramente policíacas, son
puramente de detalle, no penetran en la entraña del acontecimiento. La primera medida
necesaria era haber dado al vencimiento de la intentona revolucionaria toda la altura
histórica que merecía. Era la ocasión de decir: "Pues sí, esta vena heroica y
militar la de siempre nos ha salvado; esta vena heroica y militar tiene que
adquirir otra vez su condición preeminente." Hubiera sido muy bueno que el señor
presidente del Consejo de Ministros, capaz de retorcer tantas veces sus creencias cuando
así servía a la verdad o a la Patria, nos hubiese
dicho: "Es cierto; no hay más que dos maneras serias de vivir: la manera
religiosa y la manera militar o, si queréis, una sola, porque no hay religión que
no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso; y
es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militar de la vida tiene
que restaurarse España." Esta sí que habría sido la verdadera retribución para el
esfuerzo y para el heroísmo de quienes nos han devuelto la tranquilidad; porque estoy
seguro de que cada uno de los que han muerto por España y cada uno de los que sobreviven
no quiso la retribución en unas monedas o ventajas; lo que hubieran querido sería que
les devolviéramos el orgullo de tener una Patria grande. Y la ocasión de emprender el
camino de esa Patria grande era la gozosa y única tal vez, en sabe Dios cuántos años,
de aquella madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934.
No es esto lo que ha deducido el Gobierno como consecuencia. Por de pronto, parece como
si hubiera la consigna de desviar la atención de las gentes del lado antinacional de la
revolución para concentrarla exclusivamente en el lado social. Estamos dedicando cada vez
menos palabras a lo que ha ocurrido en Cataluña para dedicar más a escalofriarnos con
los horrores de Asturias, horrores que ya no tienen más que un valor anecdótico y que,
con ser muchos o ser pocos, no hacen variar nada la calidad histórica del intento.
Lo de Cataluña, el intento separatista de Cataluña, lo estamos desviando por
instantes, y así ha ocurrido la cosa enorme, señor presidente del Consejo de Ministros,
de que cuando hemos conocido esta mañana la lista de las condenas y de los indultos
hayamos visto, como en su elocuencia ha afirmado S.S., que un pistolero demostró enorme
perversidad porque se defendió cuando huía y cometió un homicidio, en tanto que un
oficial del Ejército español que al frente de sus tropas por primera vez en más
de un siglo, que si acaso tendría parangón en los últimos días de la caída de
nuestro imperio continental, en los albores tristes del siglo XIX, un oficial se alzó
contra la unidad de España y mandó disparar a sus tropas y mató a otro oficial del
Ejército español y a varios soldados, merecía el indulto. La cosa es tan enorme, señor
presidente del Consejo de Ministros que aquí han tenido que moverse dos sospechas para
admitir que esto Pudiera acontecer. Yo aseguro al señor presidente del Consejo de
Ministros que, sin que me comprenda una sola brizna de responsabilidad gubernamental, no
he podido pegar los ojos anoche pensando en ese horror del fusilamiento de dos
desgraciados, de dos más o menos monstruosos desgraciados, que delinquieron, que
cometieron un delito común y que no habrían sido pasados por las armas si el mismo
delito lo hubiera realizado seis días antes mientras se indulta a un oficial español que
ha cometido el peor delito de traición contra la Patria y contra el Ejército. (Muy
bien.) A mí ya no me interesa, pues porque yo diga estas cosas no se va a fusilar al
señor Pérez Farrás; pero no hay más explicación admisible para el indulto de este
oficial que una presión demasiado alta, que el Gobierno no debió tolerar, o una presión
demasiado misteriosa, que ni el Gobierno debió aceptar ni nosotros podemos sufrir sin
afrenta: la presión, simplemente, de la masonería. (MUY bien. Rumores.) El señor
Pérez Farrás es masón y por eso se ha salvado. Es muy lógico, si queréis, aunque nos
ofenda, que quienes tienen tradición masónica cedan a su impulso; pero vosotros (dirigiéndose
al señor Gil Robles), que representáis, si representáis algo hondo y espiritual,
todo lo contrario de la masonería, veremos cómo explicáis en las próximas propagandas
electorales vuestra complicidad con este crimen. (Rumores. El señor Gil Robles:
"Era eso todo lo que necesitaba decir S.S. para hacernos ese ensayo literario? Siga
S.S." Muy bien. Rumores en algunos escaños.)
Y después, es bien triste que no os hayáis dado cuenta de esto. Cuando quiebra
todo un orden social, como ha quebrado durante la pasada revolución, como ha estado a
punto de quebrar sin remedio sin los auxilios heroicos que surgieron a última hora, hay
que pensar, no sólo en que urge desmontar ciertos sindicatos, no sólo en que hay que
tomar ciertas medidas policíacas; hay que pensar en que algo anda mal en lo profundo. El
señor Gil Robles yo le aludiré siempre con mucha más cortesía y con mucha más
tranquilidad de las que él ha manifestado en este instante propone una serie de
medidas; dice que nadie le irá al alcance en los avances sociales. Yo me permito decirle
al señor Gil Robles que si hace eso no logrará más que desorganizar toda una economía
capitalista sin haber implantado un régimen más justo. El que con la economía
capitalista, tal como está montada, nos dediquemos a disminuir las horas de trabajo, a
aumentar los salarios, a recargar los seguros sociales, vale tanto como querer conservar
una máquina y distraerse echándole arena en los cojinetes. Así se arruinarán las
industrias y así quedarán sin pan los obreros.
En cambio, con lo que queremos nosotros, que es mucho más profundo, en que el obrero
va a participar mucho más, en que el Sindicato obrero va a tener una participación
directa en las funciones del Estado, no vamos a hacer avances sociales uno a uno, como
quien entrega concesiones en un regaeto, sino que estructuraremos la economía de arriba
abajo de otra manera distinta, sobre otras bases, y entonces sucederá, señor Gil Robles,
que se logrará un orden social mucho más justo. (Rumores. El señor Barros de Lis:
"Y a vivir todos felices con esa estructuración nueva.") ¿Su señoría ha
dedicado dos minutos de meditación a leer algún folleto de propaganda de las ideas que
yo preconizo ahora? (El señor Barros de Lis: "Sí, he leído bastantes.") Pues
que sea enhorabuena. (El señor Barros de Lis: "No; enhorabuena a S.S., por
haberlos leído yo." El señor presidente reclama orden.)
Es decir, que dentro de muy poco, dentro de quince días, dentro de un mes, estará
todo, si el señor presidente del Consejo de Ministros no rectifica, poco más o menos
como estaba; habremos dado por finida una revolución; tal vez la Policía esté un poco
más diligente; tal vez haya menos armas en las Casas del Pueblo; pero la estructura
social y política que ha quebrado seguirá en pie y no se habrá logrado nada, y la vena
heroica y militar que nos ha salvado esta vez volverá a enterrarse y volverá a estar
ahí en reserva por si otra vez tiene que salvamos de milagro. Señor presidente del
Consejo de Ministros; si yo hablase por un interés de partido, nada podría parecerme
mejor. Precisamente las ocasiones desperdiciadas han sido las que abrieron siempre camino
a las revoluciones nacionales: porque se desperdició Vittorio Veneto vino la marcha sobre
Roma; porque se ha desperdiciado el 7 de octubre es muy posible que venga la revolución
nacional, en cuyas filas me alistó. (Rumores.) Eso, para nosotros, sería mucho
mejor. Para el Gobierno hubiera sido mucho mejor ser él quien enarbolase esa bandera.
Pero si es mejor para mí y para mi partido, en cambio reconocerán el Gobierno y la
Cámara que no es para que otorguemos un voto de confianza esta tarde. (Rumores.)