(Discurso
pronunciado en el Parlamento el 9 de octubre de 1934.)
El señor PRIMO DE RIVERA;
Permítase a esta voz, asistida de pocas en la Cámara, pero que fue anteayer la
primera que en la Puerta del Sol manifestó su gratitud al Gobierno; permítase a esta voz
alzarse hoy también aquí con un agradecimiento doble, en parte por lo que me corresponde
por esta investidura de diputado, en parte por lo que me corresponde como representante de
una gran masa juvenil española, que ha tenido a orgullo aclamar al Gobierno desde las
piedras de la Puerta del Sol. Es la primera vez, desde hace muchos tiempo, en que nos
sentimos confortados, señor presidente del Consejo de Ministros, con un alivio español y
profundo. El Gobierno ha tenido el acierto de desenmascarar dos cosas: primera, cómo lo
que se llama la revolución y que no es la revolución que España necesita, porque
es evidente que España necesita una es una cosa turbia en donde hay de todo menos
un auténtico movimiento obrero y nacional: es una revolución de burgueses despechados
que ponen en juego para sus intereses personales, para su medro personal, lo mismo la
desesperación de los obreros hambrientos, a los que ni un día podemos dejar de asistir,
que los sentimientos separatistas de origen más torpe. Esos burgueses, que no son
obreros, que no padecen las angustias de los obreros; esos españoles, que no tienen
siquiera la disculpa de haber nacido en regiones donde se mueva un nacionalismo, ésos son
los que han especulado con el nacionalismo y con el hambre de los obreros para ver si
deshacían en un mismo día la autoridad del Estado español y la integridad de España.
Al Gobierno se le ha presentado la ocasión, que tenemos que agradecerle todos, de
descubrir las entrañas sucias de ese movimiento aparentemente revolucionario, y espero
que a la hora del rigor sabrá distinguir también a los pobres pacos que se
limitan a actuar, engañados seguramente por propagandas subversivas, de los leaders que
se ocultan sabe Dios dónde y que se aprestan a poner fronteras por medio entre su
responsabilidad y el rigor del Estado español. (Muy bien.)
Pero, además, la juventud española tiene hoy otro motivo de gratitud para el
Gobierno. Y eso no es de ahora, eso es de lustros. Llevábamos una serie de lustros
escuchando enseñanzas y propaganda derrotista, y habíamos llegado casi a perder la fe en
nosotros mismos. Esta era ya la España heredera de una España de debilidades, de
claudicaciones, de pintoresquismo, del Madrid de Fomos y de la cuarta de Apolo, de
los periodistas espadachines, de aquellos que empeñaban alegremente las capas mientras se
estaba perdiendo el resto del imperio español. Nos habíamos acostumbrado a una vida
mediocre y chabacana, y era hora de que ante un trance nacional se viese cómo España,
cómo el pueblo español, inorgánico y orgánico; cómo el pueblo español, en su masa y
en sus instrumentos, en su Ejército, en su Marina y en sus funcionarios, en cuanto
hubiese un Gobierno que levantase una voz española frente a un peligro nacional, se
agruparía. El Gobierno se ha visto ante la dificultad de tener muchos servidores tibios y
traidores en los puestos de mando; yo me reservo formular en su momento la acusación. El
Gobierno ha tenido incluso entregado el ejército de Cataluña digámoslo claro
desde ahora a un general que no creía en España, a un general que después de
haber sido providencialmente (rumores y protestas) el instrumento de España, allí
en estos días difíciles, nos ha hecho ruborizarnos anoche con una proclamación emitida
por la radio...
La Presidencia invita al señor Primo de Rivera a que, haciéndose cargo de la
índole de esta sesión, no entre en cierto género de críticas, que tendrán su momento,
bajo la responsabilidad de S.S., pero que, evidentemente, no es ahora en ninguna
forma la oportunidad de hacerlas.
El señor PRIMO DE RIVERA:
Si el señor presidente me permitiera leer... (Protestas.) Esto es un anticipo
de lo que me propongo decir insistiendo en esta tesis, que es la verdadera y la española.
Pero el Gobierno, contra todo esto, contra las flaquezas de muchos de los instrumentos que
ha tenido que usar, ha sabido coagular, en un momento, el brío del pueblo español
alrededor del Estado español, y nos ha confortado con la esperanza de que España es
fuerte todavía.
Señor presidente del Consejo de Ministros, señor don Alejandro Lerroux: Yo lo
sabe ya S.S. no creo en el Estado vigente; creo que España y Europa cuajarán en
otras formas políticas; pero si algún día una juventud española, que yo adivino ya
cercana, construye un nuevo Estado español, le deberá a S.S. la gratitud de haberla hoy
aliviado de un pesimismo de lustros. Me parece que esto puede compensar la molestia que
haya podido experimentar el señor presidente y que sentiré mucho tener que darle
otro día en mis censuras anteriores. Esto sí que es un gran servicio a España. Su
señoría ha devuelto a muchos la fe en España; su señoría nos ha hecho ver que
todavía España se levanta, aunque esté inorgánicamente dirigida por mandatarios más o
menos torpes en este caso, ciertamente, no me refiero al Gobierno; que España
es aún capaz de recorrer sus grandes caminos. Si alguna vez tenemos una nueva estructura
de Estado y la juventud la sostiene, señor don Alejandro Lerroux, su señoría podrá
haber tenido el orgullo de ser quien encendió una vez, en esa juventud española, la fe
en sus nuevos destinos.