(Discurso pronunciado
en el Parlamento el 14 de junio de 1934.)
El señor PRIMO DE RIVERA:
Yo creía, señores diputados, cuando llegué a este recinto, que la experiencia
parlamentaria se adquiría con el tiempo; después que llevo aquí un semestre, cada día
tengo menos experiencia parlamentaria. No os sorprenda, pues, que tercie en este debate,
donde ha salido a relucir incluso mi modesto nombre, para decir unas incongruencias.
El caso del señor Rubio Heredia lo sabe el propio señor Rubio no es
ninguna cosa del otro jueves, como no es cosa del otro jueves el caso de que parece que
soy protagonista, porque resulta que de esta multa, de que varias personas y varios
colegas han tenido la amabilidad de hablar, el único que todavía no tiene la menos
noticia es el supuesto sancionado, que soy yo. Estas no son cosas del otro jueves. (El
señor Prieto Tuero: "Es una consideración que han tenido con S.S."
Risas.) Consideración estimabilísima, porque responde a la misma línea de
conducta que se sigue con los parientes de los difuntos cuidando de no darles la noticia
de golpe. (Risas.)
Ahora bien: en medio de esta discusión bastante entretenida, pero un poco
superficial, a que hemos dedicado la tarde, ha salido a relucir una revelación
verdaderamente trascendental. El señor ministro de la Gobernación, en una de sus
intervenciones, nos ha dicho que, no ya en Badajoz, sino en otros sitios que no son
Badajoz, se está preparando una agitación de tipo revolucionario. El señor ministro de
la Gobernación se complace en venir a decir estas cosas de cuando en cuando y recoger un
aplauso que merece por muchos motivos, entre otros, por su modestia para requerir los
aplausos; pero si el señor ministro de la Gobernación cree que se está preparando una
revolución en España, sería menester que el señor ministro de la Gobernación nos
fuera dando cuenta de dónde están los nudos de esa revolución, qué rotundas medidas
toma contra la revolución, de si sabe... (Rumores.) ¡Si ya sabía yo, y lo
anuncié, que iba a decir incongruencias! Pero todavía me tenéis que oír otra. Estaba
diciendo que el señor ministro de la Gobernación, ya que habla de que existe un estado
revolucionario más o menos latente, debe decirnos qué está haciendo para que deje de
ser latente y pase a ser explícito este estado revolucionario; si la Dirección General
de Seguridad sabe, por ejemplo, dónde están los depósitos de armas, si los hay. (Un
señor diputado: "Lo sabe y las coge.") Si lo sabe, que las coja todas; pero
lo que no es posible... (Rumores.) A mí me parecería muy bien que descubriese mis
depósitos de armas; me gustaría mucho tenerlos. Desde el punto de vista del ministro de
la Gobernación, el señor ministro no tiene más remedio que hacer cara a todas las
revoluciones, incluso a la que me sigue o me acompaña, si por revolucionario me tiene.
Ahora reconocerá el señor 'ministro de la Gobernación que aplicar una multa a los que
organizan excursiones domingueras a El Pardo o a los que organizan una excursión,
también dominguera, a Carabanchel, no es hacer cara a una revolución. (El señor
Prieto: "Es santificar las fiestas." Risas.)
Pero, además de esto, y esto es la otra incongruencia a que antes aludía, es que
todos sabemos, lo sabemos por los periódicos, que en Cataluña hay planteado otro estado
revolucionario, de una gravedad como no se ha planteado probablemente otro en España
desde hace más de un siglo: hay un Poder del Estado que no sólo ha desacatado
abiertamente a otro Poder constitucional, en este aspecto superior, sino que, por boca de
quien lo encarna, ha dicho que está dispuesto a hacer frente al Estado español incluso
en un trance de guerra civil. Pues bien: cuando España tiene, según el ministro de la
Gobernación, una revolución preparada; cuando España tiene, aunque no lo diga el
ministro de la Gobernación ni lo diga el Gobierno, y esto es lo que le reprocho, una
revolución también preparada de tipo secesionista, hemos dedicado esta memorable tarde
del 14 de junio de 1934 a hacer comentarios acerca de una peripecia del señor Rubio, que
él mismo no puede tomar en serio.
Señor presidente: cuando empezábamos esta discusión, un orador espontáneo en la
tribuna pública trató de decirnos un discurso; eran sus primeras palabras, únicas que
tuvimos el gusto de oír, unas que decían: "Señores diputados: Con profunda
amargura..." No sé lo que pensaría seguir diciendo ese orador espontáneo; pero si
su amargura se refería a este espectáculo de frivolidad que dan las Cortes, yo, a quien
espero que no expulsarán los ujieres, me hago portavoz ante España de la indignación
del orador espontáneo.