(El Parlamento visto de perfil)
El viernes terminó todo a bofetadas, como correspondía a un proyecto de ley
encaminado a pacificar. El sábado empezaron los rumores. El domingo se armó la gorda. El
lunes los rumores crecieron hasta transformarse en huracanes. El martes necesariamente
tenía que ser un día sonado en el Parlamento.
¿Verdad que esto parecía lógico? Pero el Parlamento tiene una lógica que no es una
lógica de los demás sitios. Hay que llevar muchos años sesteando en los escaños rojos
para llegar a percatarse de esto.
Los pobres diputados bisoños, convencidos de que habría debate político o algún
festejo semejante, acudieron a sus sitios desde primera hora. Incluso hubo alguno que
demoró un viaje para no perderse la sesión del Congreso. Fuera de los bisoños, apenas
se destacaban en los bancos, casi vacíos, más de cuatro caras conocidas; la del señor
Cambó, con cuello de pajarita, que venía de un almuerzo de cumplido y no tenía nada que
hacer de sobremesa; la del señor Rahola, que vino a hacer tertulia al señor Cambó; la
del señor Gil Robles, llegado expresamente para recibir enhorabuenas por el precioso
espectáculo de El Escorial, y la del presidente del Consejo, sentado a la cabecera del
banco azul para que no digan.
Ni un veterano más, ¿sería posible? ¿Renunciarían los veteranos a una sesión
emocionante? No. Es que los veteranos saben muy bien lo que va ¡a ocurrir. Por eso, en la
tarde del martes, estaban seguros de que no ocurriría nada. En efecto: se habló de
tarifas ferroviarias y de otras cosas de poco más o menos, de esas que no son divertidas.
Un diputado joven confesaba:
¡Qué admirable cosa es la experiencia! ¿En qué se notarán estas cosas ... ?
Y contemplaba con estupor reverente al señor Cambó, distraído en fabricar
pajaritas..
El señor Casanueva, que circunstancialmente
preside, asoma, diminuto, bajo el inmenso dosel que da cobijo a la mesa presidencial, como
asomaría Gulliver presidiendo una sesión del Parlamento en el país de los gigantes.
* * *
En una tribuna de ex diputados varios viejos aristócratas cuchichean con el mismo
brillo en sus puños, con la misma pulcritud en las calvas y con los mismos ademanes de
hombres de mundo con que comentarán por la noche las pantorrillas de las segundas tiples
en la platea de la Antigua Sociedad de Palcos.
* * *
En un testero, con purpurina, están escritos los nombres de los diputados de Cádiz
que firmaron el proyecto de la primera Constitución. Los Reyes Católicos, compungidos de
tedio en sus hornacinas, parecen decirles: "¡Buena la hicieron ustedes, señores...
(F.E., núm. 12, 26 de abril de 1934)