En mi vida de trabajo y de lucha he tenido ocasión de hablar a
todos los públicos y de hablar en todos los lugares. He hablado en la Universidad, en los
Tribunales, en elecciones, en el Parlamento; pero os aseguro que jamás he sentido la
emoción y el orgullo que ahora siento al enfrentarme con vosotros, pues me doy cuenta
perfecta que dirijo la palabra a los depositarios del verdadero espíritu nacional y a
quienes conservan aún puras y arraigadas en lo más profundo de su ser las virtudes de la
raza que hicieron a España inmortal. Es preciso venir a hablaros y ponerse en contacto
con los pueblos para aprender lo que es esta España, tan olvidada o maltratada por muchos
y que, sin embargo, vosotros lleváis metida muy hondo, defendiendo con amoroso afán su
nombre y su grandeza. Nuestra tierra es muy rica; nuestra tierra es capaz de proporcionar
una vida libre y verdaderamente humana a doble número de españoles de los que
actualmente viven en ella, muchísimos en condiciones miserables, incompatibles con las
mínimas exigencias del hombre civilizado. Nuestra tierra fue, además, señora del mundo,
y dio vida y espíritu a otras muchas tierras. Pues bien: hoy lleva una vida chata,
desfallecida, sin entusiasmos, encerrada entre dos capas que la asfixian y comprimen. Por
arriba, le han quitado toda ambición de poder y de gloria; por abajo, todo justo afán de
mejoramiento para sus gentes humildes. Ambas cosas provienen de que hemos dejado de ser
una fuerte unidad para convertirnos en toda clase de divisiones, con ventaja de políticos
y de la farsa parlamentaria. De esos políticos que, salidos muchos de vuestras mismas
gentes y de estos mismos pueblos, apenas consiguen su acta de diputados no vuelven a
ellos, si no es para deslumbramos con su bienestar y riqueza, adquiridos con el esfuerzo
de vuestros votos. De ese Parlamento donde no preocupa en absoluto la vida de España,
sino las menudas pasioncillas, donde transcurren sesiones enteras ventilándose rencillas
de partido o personas, y donde pasan inadvertidas y de cualquier forma los proyectos y
planes más vitales para España.
Cuando triunfemos, todos viviréis mejor, porque habremos limitado las acumulaciones de
riquezas inútiles y perjudiciales para la nación, que sólo sirven para satisfacer
deseos de poder particular y egoísta, porque habremos suprimido una serie de
organizaciones financieras que encarecen la vida y quitan todo calor de humanidad a la
economía, creando e', tipo frío del accionista, indiferente a todo lo que no sea cobrar
su interés, sin preocuparse poco ni mucho en el origen de ese beneficio, y porque el
esfuerzo de todo un pueblo se dirigirá, no a defender las ganancias de unos cuantos, sino
a mejorar la vida de todos.
Nosotros no podemos tolerar ni estamos conformes con la actual vida española. Hemos de
terminarla, transformándola totalmente, cambiando no sólo su armadura externa, sino
también el modo de ser de los españoles. No queremos que triunfe un partido ni una clase
sobre las demás; queremos que triunfe España, considerada como unidad, con un fin
universal que cumplir, con una empresa futura que realizar y en la que se fundan todas las
voluntades individuales. Y ello tenemos que conseguirlo, cueste lo que cueste, a cambio de
los mayores sacrificios, pues es mil veces preferible caer en servicio de tal empresa que
llevar una vida lánguida, vacía de ideales, donde no haya más afán ni otra meta que
llegar al día siguiente. La vida es para vivirla, y sólo se vive cuando se realiza o se
intenta realizar una obra grande, y nosotros no comprendemos obra mejor que la de rehacer
España.
(F.E., núm. 12, 26 de abril de 1934)