(El Parlamento visto de perfil)
El viernes cogió una perra el Parlamento: una clásica perra de chico mal criado...
¡Que venga Lerroux! tronó don Miguel Maura.
¡Que venga Lerrouxi repitió el señor Prieto.
¡Que venga Lerroux, que venga Lerroux, que venga Lerroux! vociferaron,
aullaron, maldijeron, la minoría conservadora, la socialista, la Esquerra, la izquierda
republicana y los señores Alvarez Angulo y Gordón Ordás, de los que nunca llegaremos a
saber si forman parte de algún grupo, o si son diputados independientes.
El señor presidente del Consejo ha sido avisado y sólo tardará unos minutos en
comparecer prometió el señor Alba.
Los nervios se calmaron un poco. El señor Alba, como hacen las amas con los niños
emperrados, quiso distraer al Parlamento, a ver si se le olvidaba el capricho. Pero,
¡sí, sí! A los tres cuartos de hora el niño se dio cuenta de que trataban de
escamotearle el juguete y volvió a rugir: ¡Que venga Lerroux! ¡Que venga Lerrouxl
Por un momento la situación adquirió caracteres terroríficos. Las caras congestionadas,
los puños crispados, las voces injuriosas. De ningún modo podía aquello seguir adelante
como no viniera Lerroux.
Un inexperto, presa de pánico, preguntó:
¿Pero dónde está Lerroux?
Ha estado ahí fuera hasta ahora mismo le dijeron.
¿Y por qué no ha entrado?
¡Ah!...
El señor Alba impuso silencio y explicó:
El señor presidente del Consejo no está en la Cámara. Tampoco le será posible
llegar antes que se acabe la sesión, porque tiene que asistir a un banquete en Palacio.
Dicterios, rugidos, estruendo. En realidad, no eran sino las siete de la tarde.
¿Emplea tres horas el señor Lerroux en prepararse para un banquete?
Pero promete logró terminar el señor Alba venir el martes.
Aquí fue Troya. Ahora, que como el niño vio que no había modo de salirse con la
suya, acabó por apaciguarse.
Las entradas de tribuna para la sesión del martes se disputaron casi a golpes.
Tribunas y hemiciclos desbordaron. Lerroux estaba, al fin, en el banco azul. Se abrió la
sesión. Todos esperaban un espectáculo emocionante.
Y, en medio de aquello, se levantó tranquilamente un orador a pedir que cubrieran de
luto ciertas lápidas.
Ni al señor Lerroux le preguntó nadie nada, ni tuvo nada que decir.
Un invitado a una tribuna que había demorado un viaje por asistir a una sesión de
"hule", esperó a la salida al diputado que le había proporcionado la tarjeta y
le rompió de un garrotazo el parietal derecho.
(F.E., núm. 11, 19 de abril de 1934.)