No te tuvo Dios de su mano, camarada, cuando escribiste: "SI
F.E. sigue en ese tono literario e intelectual no valdrá la pena de arriesgar la
vida por venderlo."
Entonces, tú, que ahora formas tu espíritu en la Universidad bajo el sueño de una
España mejor, ¿por qué arriesgarías con gusto la vida? ¿Por un libelo en que se
llamara a Azaña invertido y ladrones a los ex ministros socialistas? ¿Por un semanario
en que quisiéramos tender las líneas del futuro con el lenguaje pobre, desmayado,
inexpresivo y corto de cualquier prospecto anunciador?
Es posible que si escribiéramos así nos entendiera más gente desde el principio.
Acaso, también, nos fuera fácil remover provechosos escándalos. Pero entonces
hubiéramos vendido, por un plato de éxito fácil, nada menos que la gloria de nuestro
empeño.
Si nos duele la España chata de estos días (tan propicia a esas maledicencias y a ese
desgarro que echas de menos en nuestras páginas) no se nos curará el dolor mientras no
curemos a España. Si nos plegásemos al gusto zafio y triste de lo que nos rodea,
seríamos iguales a los demás. Lo que queremos es justamente lo contrario: hacer, por las
buenas o por las malas, una España distinta de la de ahora, una España sin la roña y la
confusión y la pereza de un pasado próximo; rítmica y clara, tersa y tendida hacia el
afán de lo peligroso y lo difícil.
Hacer un Heraldo es cosa sencilla; no hay más que recostarse en el mal gusto,
encharcarse en tertulias de café y afilar desvergüenzas. Pero envuelta en Heraldos y
cosas parecidas ha estado a punto España de recibir afrentosa sepultura.
Camarada estudiante: revuélvele contra nosotros, por el contrario, si ves que un día
descuidamos el vigor de nuestro estilo. Vela por que no se oscurezca en nuestras páginas
la claridad de los contornos mentales. Pero no cedas al genio de la pereza y de la
ordinariez cuando te tiente a sugerimos que le rindamos culto.
Y en cuanto a si vale la pena de morir por esto, fíjate simplemente en la lección de
uno de los mejores: de Matías Montero, al que cada mañana tenemos que llorar. Matías
Montero arriesgó su vida por vender F.E., y cuando, muerto, se escudriñaron los
papeles que llevaba encima, apareció un artículo suyo, que engalanó estas páginas, en
el que no se llamaba a Azaña invertido ni ladrones a los socialistas, sino en el que se
hablaba de una España clara y mejor, exactamente en nuestro mismo estilo.
(F.E., núm. 11, 19 de abril de 1934)