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AMBIENTE DE UNA ENTREVISTA

Pienso, al cruzar entre una doble fila de extendidos brazos –palmeras de una voluntad en vaticinio de Imperio–, que tal vea sea la entrevista el subgénero literario que peor vaya con lo que entiendo debe ser el estilo fascista. Y esto por lo que la entrevista tiene de realismo retórico y de pobre, en cuanto no suele ser mucho más que el resultado triste de la necesidad puesta al servicio de las vanidades.

Considerándome, pues, alejado de este concepto por la excepción que abordo, y relevado de servir detalles de una información general para la que escribo estas líneas con intención de prólogo, ataco a la bayoneta del minuto, precisa y militarmente, esta elegancia enérgica de don José Antonio Primo de Rivera, jefe supremo de Falange Española.

* * *

Le encuentro, dos horas después del atentado, en casa de Julio Ruiz de Alda, con Rafael Sánchez Mazas. La trinidad oficial de un credo. En la misma habitación, como en uno de aquellos cuadros de muchas figuras, muy del gusto ochocentista, una sociedad juvenil formada, alrededor de la anécdota de hoy, por el concepto y no por la anécdota. Cruza de un lado a otro –lebrel (alfil dirían los Eugenios) de sí mismo– José María Alfaro, y el fiel de dos marqueses de Estella, Gómez, cuenta "cómo ha sido", mientras Cuerda, Sarrión, pasantes y auxiliares valiosísimos del despacho de José Antonio Primo de Rivera, acuden al teléfono, tranquilizan y dan órdenes a los que esperan en el otro despacho, porque la casa de Ruiz de Alda, como ocurría con aquellas floridas Cortes errantes del rey barbado y sin corona, es en este momento cuartel general.

Nos encerramos en una habitación Primo de Rivera y yo. El, en una actitud defensiva, que para ciertos ataques le observo peculiar. Hay en José Antonio Primo de Rivera una especie de complejo, de malicia literaria difícil de explicar. Sabe bien, sin duda, que si un acento poético salva, el exceso o defecto literario pierde, dispersa y aleja de su destino ala voluntad. Esta, por otra parte, en esa situación que sólo un jefe fascista ibero puede y debe comprender como difícil. En Alemania, y en Italia mismo, no hay problemas de suspicacias para lo que es un aliento dramático y alegre a la vez que la revolución nacional. En España, toda política –y ésta es una política, la más política de todas, puesto que está en oposición con el concepto historicista español de la "cosa política"– puede fracasar por imponderables sutiles que en Primo de Rivera pesan más que en nadie. La situación de este joven caudillo es una antología de dificultades. Si se muestra prudente y hermético, se dirá de él: "¡Este hombre se cree ya Mussolinil" Si habla sencillamente, pero habla respondiendo a todo lo que se le pregunta, dirán: "¡Está deseando colocarse en un primer plano para hacer su carrera"! Si responde con prudencia, la chulería innata exclama: "¡El miedo es libre!" Y, por el contrario, su valentía serena ante el peligro encontrará este eco inevitable: "¡Ya está haciendo el jaque y perdonándonos la vida!" Decididamente, hay hombres que han nacido para actuar sin decir una palabra. Y éste es uno de ellos.

Entramos en el baño tibio de la entrevista por el acreditado procedimiento del catecismo del padre Ripalda. Preguntas y respuestas a palo seco.

–¿Vio usted quién disparabas

–No pude verlo. Oí primero una explosión y luego el ruido de dos o tres detonaciones. Paré el coche, y como oyera, al saltar, que huían por la calle de Altamirano, corrí por ella sin conseguir encontrar a nadie. Me han dicho que fueron cuatro, cuya retirada cubrían otros tantos.

–¿Iba usted en el coche con ... ?

Sarrión, defensor de uno de los procesados en la vista, de la que salíamos Cuerda y Gómez. Ninguno vio a nadie.

–¿Esperaba usted este atentado un día u otro?

–No.

–¿Cree usted relacionado el suceso con su actuación en la vista que se acaba de celebrar en la cárcel, con motivo del asesinato de Jesús Hernández?

–No. Creo, eso sí, que este atentado no tiene el mismo origen que otros de los que tenemos que lamentar las primeras víctimas del fascismo español. Y creo que sus ejecutores pertenecen a un grupo o sociedad perfectamente organizada que recoge indistintamente una inspiración política u otra, siendo, en definitiva, un servicio alquilado sin más complicaciones.

–¿Qué importancia le concede usted al atentado en si para la influencia que pueda ejercer sobre los vientos que mueven el estado de cosas que usted preconiza?

–Para el movimiento en sí no puedo especular con el atentado como pudiera hacer una estrella de varietés con el robo de sus alhajas. El movimiento tiene su contenido en sí y por sí, y estas cosas, puramente anecdóticas, no tienen ningún interés ni hemos de darle la menor importancia.

* * *

La conversación ha entrado en un derrotero más intimo. Me interesa ahora conocer el efecto que personalmente, como hombre, le ha podido causar a José Antonio Primo de Rivera este atentado. Ha usado de este día, después de sucedido el hecho que nos ocupa y preocupa, como de otro cualquiera. A las tres de la tarde se fue a almorzar a su casa de Chamartín. Con naturalidad absoluta, este hombre, que tiene esa sequedad dulce, esa sosería gallarda del jerezano de tipo inglés, frío y humano, preciso y sin alboroto, me dice riendo:

–Claro que me fui a comer!... ¿Qué quería usted que hiciera? Cualquiera se queda sin comer después de sufrir una vista y un atentado.

Un momento, ya en pie:

–¿Me permite usted una pregunta muy de entrevista? –Desde luego.

–Con esto de la interviú recuerdo los mejores años –pobreza, afán y risa– y acabo por encariñarme... Usted se da perfecta cuenta, dichas las cosas como son, de que ha podido morir el 10 de abril de 1934, ¿no es esto?

–Ahora... sí. Antes no tuve ninguna sensación ni siquiera de peligro. Fue todo rápido, inesperado. ¿Por qué me lo pregunta usted?

–Para que usted me conteste a una pregunta final. ¿Por qué hubiera usted sentido más morir esta tarde?

–Por no saber si estaba preparado para morir. La eternidad me preocupa hondamente. Soy enemigo de las improvisaciones, igual en un discurso que en una muerte. La improvisación es una actitud de la escuela romántica, y no me gusta...

Salgo. En la calle, como en las buenas interviús de hace años, cae una lluvia fina sobre nuestro Madrid indeciso, bárbaro, bueno y alegre. –César González–Ruano.

(ABC, 11 de abril de 1934)


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