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DEFUNCIÓN

(El Parlamento visto de perfil.)

Una tarde, al abrirse la sesión, nos comunicaron la infausta nueva: el Gobierno del señor Lerroux estaba en crisis y, por consecuencia, se suspendían las sesiones.

Cayó sobre el hemiciclo un minuto de silencio. Quien más, quien menos, pensó en la posibilidad de una disolución, cuando aún las mil "leandras" al mes no han bastado, ni con mucho, para cubrir los gastos electorales. Otros pensaron en que, acaso, nunca más volverían a sentarse en la blandura de estos escaños rojos. Hubo muchos suspiros ahogados y muchas lágrimas contenidas.

Aseguran que por el despacho del señor Alba desfilaron, uno tras otro, numerosos diputados, como en las despedidas de los entierros. Cada uno de los diputados iba murmurando.. al acercarse, con cara melancólica:

–No le digo nada –y el señor Alba respondía, profundamente:

¿Qué quiere usted? Así es la vida"

FANTASMAS

Entonces penetramos en el salón de sesiones, que imaginábamos desierto. Sólo estaba iluminado por la claraboya y las ventanas de arriba. Parecía mayor que de costumbre, en aquella silenciosa semioscuridad.

Cuando he aquí que por todas las puertas empezaron a aparecer hileras de fantasmas. Al principio sentimos algún sobrecogimiento; pero pronto los identificamos como fantasmas conocidos. Había grandes fantasmas, medianos fantasmas y pequeños fantasmas. Grandes como "los principios democráticos" y "la salud de la República"; medianos como "cumplimos con nuestro deber" y "la opinión nos apoya"; pequeños como "muy brevemente", "pido la palabra", "la tiene su señoría", "iah, señores!", y "nada más", "sean mis primeras palabras...", "me encomiendo a vuestra benevolencia" y otros muchos de la misma talla.

Los fantasmas fueron ocupando todos los asientos. Trece fantasmas se apretaron en el banco azul. Un grave fantasma se encaramó a la presidencia. Este dijo:

–Se abre la sesión.

De la cabecera del banco azul salió una voz extraterrena: –Pido la palabra.

–El señor presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

Los fantasmas de la oposición promovieron unos rumores. –Señores diputados –empezó a decir el que ocupaba la cabecera del banco azul–: no se os oculta la gravedad de los momentos que atravesamos; pero podéis estar seguros de que el Gobierno sabrá cumplir con su deber. La ley regirá inexorablemente para todos: lo que necesita el país más apremiantemente es respeto a la ley. Eso y trabajo: el trabajo ennoblece a los hombres y a los países. (Muy bien, muy bien en los bancos de la mayoría.) Esta es nuestra manera de entender el servicio de la República. (Grandes aplausos.)

En seguida se inició el debate político. Muchos fantasmas fueron venteando en palabras su propia cualidad de tópicos. Fantasmas cuyo verbo no era otra cosa que enunciación de su esencia misma. El "iah, señores!", por ejemplo, vive de expresarse. Fue oscureciendo. Cuando hubo anochecido del todo quedó el recinto en pura tiniebla. ¡Qué bien se estaba allí a aquella hora, sin fantasmas y sin diputados!

NUEVO GOBIERNO

Antes de la suspensión se sentaron en el banco azul el señor Lerroux, el señor Pita, el señor Alvarez Valdés, el señor Hidalgo, el señor Rocha, el señor Estadella, el señor Cid, el señor Del Río, el señor Guerra del Río y el señor Samper. El martes aparecieron en el banco azul los señores Lerroux, Pita, Alvarez Valdés, Hidalgo, Rocha, Estadella, Cid, Del Río, Guerra del Río y Samper. Nos dijeron que ése era el nuevo Gobierno.

Dos nuevas caras aparecían, es verdad, entre las de sus colegas: la cara inexpresivo del señor Marroco y, ¡por fin!, la cara radiante del señor Salazar Alonso. El gesto de Fú-Man-Chú de don Diego Martínez Barrio había replegado su enigma hacia uno de los bancos de la masa radical.

Nuestro espíritu se acongoja con este problema: ¿qué tanto por ciento de innovación necesita un Gobierno para ser reputado "nuevo"? ¿Puede soportar, sin alteración de sustancia, la sustitución de un ministro? ¿De dos ministros? Si mañana dimitieran otros ministros de los antiguos y fueran sustituidos por los que desaparecieron en la última crisis, ¿sería un nuevo Gobierno el que se formase? ¿O sería el mismo Gobierno que ahora nos parece antiguo?

Estas cavilaciones debieran ser puestas en claro por los doctos. Provisionalmente proponemos que no se considere nuevo a un equipo ministerial en tanto no alinee al conde de Romanones, a don Melquiades Alvarez y a don Abilio Calderón. ¡Eso sí que podría llamarse un Gobierno nuevo!

(F.E., núm. 9, 8 de marzo de 1934)


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