(Discurso pronunciado
en el Parlamento el 28 de febrero de 1934)
El señor PRIMO DE RIVERA:
Dios nos libre, señores, de envenenar otro problema nacionalista. En Cataluña hay ya
un separatismo rencoroso de muy difícil remedio, y creo que, ha sido, en parte, culpable
de este separatismo el no haber sabido entender pronto lo que era Cataluña
verdaderamente. Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental, un pueblo que no
entienden ni poco ni mucho los que le atribuyen codicias y miras prácticas en todas sus
actitudes. Cataluña es un pueblo impregnado de un sedimento poético, no sólo en sus
manifestaciones típicamente artísticas, como son las canciones antiguas y como es la
liturgia de las sardanas, sino aun en su vida burguesa más vulgar, hasta en la vida
hereditaria de esas familias barcelonesas que transmiten de padres a hijos las pequeñas
tiendas de las calles antiguas, en los alrededores de la plaza Real; no sólo viven con un
sentido poético esas familias, sino que lo perciben conscientemente y van perpetuando una
tradición de poesía gremial, familiar, maravillosamente fina. Esto no se ha entendido a
tiempo; a Cataluña no se la supo tratar, y teniendo en cuenta que es así, por eso se ha
envenenado el problema, del cual sólo espero una salida si una nueva poesía española
sabe suscitar en el alma de Cataluña el interés por una empresa total, de la que desvió
a Cataluña un movimiento, también poético, separatista.
Dios nos libre, pues, de envenenar otro problema de características regionales; pero
si hablo para anunciar que estoy al lado de este voto particular del señor Salmón y en
contra del Estatuto, es porque creo que en este problema del Estatuto vasco hay algo mucho
más importante que la cuestión de si el plebiscito ha sido o no falsificado, de si es
aplicable el artículo 11, o el artículo 12, o alguno de esos artículos en que toda mi
soberbia no me haría osar seguir, por la intrincada selva de su oratoria, al señor
Landrove; lo esencial aquí es que el Estatuto vasco tiene, además de un sentido hostil
separatista para España, un profundo espíritu antivasco, del que acaso no se dan cuenta
sus propios autores.
La vida del pueblo vasco, como la vida de todos los pueblos, es, simplemente, una pugna
trágica entre lo espontáneo y lo histórico; una pugna entre lo nativo, entre aquello
que somos capaces de percibir aun instintivamente, y lo artificial difícil, lo
ingentemente difícil, que es saber cumplir en la Historia un destino universal. Lo que a
los pueblos los convierte en naciones no son tales o cuales características de raza, de,
lengua o de clima; lo que a un pueblo le da jerarquía de nación es haber cumplido una
empresa universal, porque así como para ser persona y superar la cualidad nativa de
individuo tenemos que ser otros, es decir, tenemos que ser distintos de los otros, tenemos
que serlo en relación con los otros, para ser nación tenemos que serio diferenciados en
lo universal. Somos nación en tanto en cuanto acometemos y logramos una empresa que no es
la empresa de las demás naciones.
Ahora bien: ¿Ha sido unidad en lo universal el pueblo vasco? ¿Ha cumplido destino en
lo universal el pueblo vasco? Esto es evidente que sí; el pueblo vasco ha dado al mundo
una colección de almirantes que ellos solos son una gala para un pueblo entero; el pueblo
vasco ha dado al mundo un genio universal como Ignacio de Loyola. Pero el pueblo vasco dio
esos genios al mundo precisamente cuando encontró su signo de nación indestructible
unido a Castilla.
(El señor Picavea: "Cuando tenía más libertad que la que podemos pedir
ahora". El señor Aguirre: "Exacto; de eso hablaremos más tarde".
Rumores.) Cuando estaba indestructiblemente unido a España, porque precisamente
España es nación y es irrevocablemente nación, porque España, que no es Castilla
frente a Vasconia, sino que es Vasconia con Castilla y con todos los demás pueblos que
integraron España, sí que cumplió un destino en lo universal, y se justificó en un
destino con lo universal, y halló una providencia tan diligente para abastecerla de
destino universal, que aquel mismo año de 1492 en que logró España acabar la empresa
universal de desislamizarse, encontró la empresa universal de descubrir y conquistar un
mundo. Así es que el pueblo vasco superó su vida primitiva, su vida de pesca y de
caserío, cabalmente cuando fundió sus destinos al destino total de España.
Pues bien: cuando el pueblo vasco, así unido a España, se ha incorporado
definitivamente a la Historia, surgen unos tutores del pueblo vasco que deciden hacerle
renegar de esa unidad histórica, de ese signo bajo cuyo poder mágico logró entrar en la
Historia unido a España, integrando a España, y quieren desglosarlo otra vez de España
y devolverlo a lo nativo, a lo espontáneo, al cultivo de su tierra, de sus costumbres y
de su música. Y este designio es antivasco, este designio es ponerse otra vez a las
puertas de Io nativo, a las puertas de lo espontáneo, contra el logro universal,
histórico, ingente y difícil que ha sido la Hstoria del pueblo vasco unido a la Historia
de España. (Muy bien, muy bien.)
Por eso yo creo que la misión de España en ese trance no es averiguar si ha
tenido el Estatuto tales o cuales votos: la misión de España es socorrer al pueblo vasco
para liberarlo de ese designio al que le quieren llevar sus peores tutores, porque el
pueblo vasco se habrá dejado acaso arrastrar por una propaganda nacionalista; pero todas
las mejores cabezas del pueblo vasco, todos los vascos de valor universal, son
entrañablemente españoles y sienten entrañablemente el destino unido y universal de
España. Y si no, perdóneme el señor Aguirre una comparación: de los vascos de dentro
de esta Cámara tenemos a don Ramiro de Maeztu; de los vascos de fuera de la Cámara
tenemos a don Miguel de Unamuno; con ellos, todas las mejores cabezas vascas son
entrañablemente españolas. (El señor Aguirre: "¿Me perdona S. S. una pequeña
interrupción? Es para hacer las advertencias de que los vascos de peores cabezas, que
somos nosotros, somos, precisamente, los que tenemos la adhesión del pueblo. Esos
señores como Maeztu y Unamuno, a quienes yo, por otra parte, respeto extraordinariamente,
van a nuestro país y nuestro pueblo los repele. ¿Por qué? Porque no han sabido
interpretar sus sentimientos. Ya contestaré luego a S. S.". Rumores.) No, señor
Aguirre. Es que es mucho más difícil entender a Maeztu y a Unamuno que enardecerse en un
partido de fútbol, y probablemente los señores Maeztu y Unamuno son las mejores cabezas
vascas, mientras no pocos predicadores del Estatuto forman un respetabilísimo equipo de
futbolistas. (El señor Aguirre: "Su señoría es sapientísimo, y contra S.S. no
podemos, es verdad. Ya le contestaremos adecuadamente, porque desconoce en absoluto toda
nuestra historia, y ya veremos si todos esos señores de la minoría tradicionalista
están conformes con las apreciaciones del señor Primo de Rivera o con las que nosotros
luego hemos de hacer". El señor Domínguez Arévalo: "Con lo que está diciendo
hasta ahora, en absoluto; con el sentido universal que está glosando, en absoluto".
El señor Aguirre: "También de ese sentido universal hablaremos". El señor
Toledo: "Ya se hablará de todo, señor Aguirre". Entre los señores Careaga,
Domínguez Arévalo y Matesanz se cruzan interrupciones que no se entienden.)
El señor PRESIDENTE:
¡Orden! Las interrupciones, sobrias y pocas.
El señor PRIMO DE RIVERA:
Este es, sencillamente, el requerimiento que yo quería hacer a la Cámara,
desligándome de esas cuestiones procesales, detallistas, de los artículos de la
Constitución y de los futuros artículos del Estatuto: que España está en la situación
trágica de defender hoy a Alava y mañana, probablemente, a Vizcaya y a Guipúzcoa, y aun
contra su propia equivocada voluntad, de este intento de volver a la vida local del
caserío, de la labranza y de la pesca a un gran pueblo que dejó escritas, con las eles
y con las zetas de sus grandes nombres, las mejores navegaciones del mundo.