(El Parlamento visto de
perfil.)
El día 8 de diciembre de 1933 se abrió el Parlamento. El día 8 de enero de 1934,
aún el Parlamento no había hecho nada.
Quienes lo vean desde fuera pensarán que en las anteriores palabras hay exageración.
En la Gaceta se han publicado varias leyes aprobadas por él. Por consiguiente, el
Parlamento ha legislado, que es su función específica. Pero a tan optimista conclusión
sólo puede llegar quien no haya visto una sesión de Cortes. Las leyes publicadas hasta
ahora en la Gaceta no han sido hechas por el Parlamento. Hay quien ha asistido a
todas las sesiones minuto tras minuto y no ha oído un solo párrafo en impugnación o en
defensa de los proyectos de tales leyes. No. Allí se ha vociferado acerca de mil cosas:
de si el señor Pérez Madrigal es o no un lulú; de si el señor Menéndez es un
enchufista; de si el doctor Albiñana es un pistolero; de si en la provincia de Pontevedra
votaron los difuntos; de si lo mismo pasó en otras seis u ocho provincias..., todo muy
ameno y muy útil. Ha habido también ocasión de conocer al dedillo la historia personal
de cada orador y de su ascendencia, sea porque los adversarios se la hayan echado en cara,
sea porque los oradores mismos, con tres o cuatro excepciones, se hayan esforzado en
referirla. El señor Pérez Madrigal, por ejemplo, no habla nunca más que de sí mismo;
de su consecuencia, de su desdén por el dinero, de su sinceridad... Nada, fuera de la
autodescripción, parece tentarle en el mundo. Algún diputado ha concebido el propósito
de sugerir que se lance una edición económica de la biografía de] señor Pérez
Madrigal para ahorrarle el esfuerzo de contarla a fragmentos, sin descanso.
LEGISLACIÓN
Bueno, ¿y legislar? Ah, sí; también se legisla. Pero es difícil darse cuenta. Eso
ocurre en los colapsos de las sesiones. Hay ratos después de un debate movido,
especialmente en que todos los diputados entran y salen, charlan por los pasillos y
en los mismos escaños se agitan y bromean. Pues bien, durante esos ratos suele subir a la
tribuna un señor y empieza a leer entre dientes. Nadie le hace caso, ni es posible
oírle. El constante rumor del recinto ahoga la voz de quien lee. Este uno de sus
secretarios de la Cámara interrumpe de cuando en cuando la lectura para preguntar:
"¿Se,aprueba?" Inmediatamente se contesta a sí mismo: "Queda
aprobado". Y sigue. Con esto los proyectos pasan a ser leyes, sin que nadie sepa lo
que aprobó. A este balbuceo deslizado entre ruidos de conversaciones se le da después el
nombre sonoro de leyes de la República aceptadas por el órgano representativo de la
soberanía nacional.
EL BANCO AZUL ES CORTO
Años atrás eran ocho los ministros. Ahora han llegado a trece. De ahí que no quepan
en el banco azul, calculado para sus antecesores.
Los trece ministros se aprietan en el banco hasta el desbordamiento. El señor Samper,
que se sienta el último, ha estado varias veces a punto de provocar una crisis parcial
involuntaria por expulsión física.
De esto tiene la mayor culpa el señor Cid, cuya corpulencia no se ajusta a lo que una
estética sobria recomendaría. El señor Cid es el polizón del Gobierno. Se dijera que
se ha sentado por error en el banco azul, ignorante del símbolo que encierra el color de
su terciopelo. Los demás le miran y se miran, pero no le dicen nada para no agravar su
turbación. Esperan a que la sesión concluya para que el señor Pita Romero, que es el
ministro de la diplomacia, se acerque y le diga: "Usted perdone, señor Cid; no
quisiera molestarle; pero se expone usted a que le critiquen si persiste en la
equivocación. Este banco azul es el destinado a los ministros..."
(F.E., núm. 2, 11 de enero de 1934)