(Discurso pronunciado
en el Parlamento el 20 de diciembre de 1933.)
El señor PRESIDENTE:
Señor Primo de Rivera: S.S. se ha producido por móviles que no pueden menos de tener
un eco de simpatía en toda alma generosa. Yo requiero a S.S. a que, haciéndose cargo
también del estado de ánimo de la Cámara, le rinda el mejor homenaje que puede
rendirle, que es ahora el de su silencio o, al menos, los términos de una brevedad que
nos evite una nueva complicación.
El señor PRIMO DE RIVERA:
Con toda la brevedad, señor presidente, y, además, en los términos a que tengo
acostumbrados mis nervios a producirse en toda suerte de debates: primero, porque así lo
he hecho siempre; segundo, porque la mayor parte de la Cámara, porque la actitud de S.S.
y porque la nobleza del señor Gil Robles multiplican por no sé qué coeficiente este
deber de mi constante circunspección.
Pero, señor presidente, yo creo que si no he rodeado a mi actitud de moderación,
estoy muy lejos de ser el que ha provocado este incidente desagradable. El señor Prieto,
y algunas otras personas después para reforzarle o para corearle, se han permitido aquí
lanzar una imputación contra la honorabilidad de unos hombres, los unos muertos y otros
ausentes, cuya rectitud ha estado en entredicho durante cerca de tres años. Apenas cayó
la Dictadura empezó una campaña difamatoria; apenas se reunieron las Cortes
Constituyentes se formó una Comisión de Responsabilidades con tales poderes que no ha
habido tribunal nunca, ni en España ni fuera de España, que la aventajara en amplitud
procesal; esa Comisión de Responsabilidades penetró en mi propia casa, estando yo
ausente, y se llevó cuantos documentos le plugo, documentos que aún están en ese
edificio a disposición de la Cámara. Dos años y medio ha durado la instrucción de esos
supuestos sumarios. Yo he tenido la probada calma de actuar como defensor de un proceso
memorable, y todos los que allí me acompañaron, incluso algún diputado de estos bancos,
que fue entonces acusador, puede decir si se escapó de mis labios una palabra insumisa.
Sólo exigí en el informe pronunciado entonces que se discerniesen en la sentencia las
responsabilidades políticas, si las había, pero que se dejasen para toda la amplitud de
un proceso de responsabilidades de gestión todas las imputaciones vertidas en la tribuna
del Ateneo, en los periódicos y en las discusiones, con la insolvencia de las charlas que
no encajan en ningún procedimiento. Pues bien: cuando han transcurrido dos años y medio;
cuando esa Comisión omnímoda no ha procesado a nadie; cuando no se ha concretado un
pliego de cargos, ¿se puede sostener ahora, con la misma alegre insolvencia que en, la
tribuna del Ateneo, que tal o cual acto de la Dictadura fue un latrocinio?
Y yo digo más al señor presidente: me uno a la petición del señor Gil Robles; pido
incluso que se forme otra Comisión investigadora; pero pido al señor presidente, pido a
la Cámara, que si esa Comisión investigadora no procesa, se excluya, como por Tribunal
de Honor, a todo el que se atreva a seguir profiriendo, por desahogo, las acusaciones que
no ha podido probar como tales acusaciones. (Muy bien. Grandes aplausos.)