Acaso siglos antes de que Colón
tropezara con las costas de América pescaron gentes vascas en los bancos de Terranova.
Pero los nombres de aquellos precursores posibles se esfumaron en la niebla del tiempo.
Cuando empiezan a resonar por los vientos del mundo las eles y las zetas de los nombres
vascos es cuando los hombres que las llevan salen a bordo de las naves imperiales de
España. En la ruta de España se encuentran los vascos a sí mismos. Aquella raza
espléndida, de bellas musculaturas sin empleo y remotos descubrimientos sin gloria, halla
su auténtico destino al bautizar con nombres castellanos las tierras que alumbra y
transportar barcos en hombros, de mar a mar, sobre espinazos de cordilleras.
Nadie es uno sino cuando pueden existir otros. No es nuestra interna
armadura física lo que nos hace ser personas, sino la existencia de otros de los
que el ser personas nos diferencia. Esto pasa a los pueblos, a las naciones. La
nación no es una realidad geográfica, ni étnica, ni lingüística; es sencillamente una
unidad histórica. Un agregado de hombres sobre un trozo de tierra sólo es nación si lo
es en función de universalidad, si cumple un destino propio en la Historia; un destino
que no es el de los demás. Siempre los demás son quienes nos dicen que somos uno.
En la convivencia de los hombres soy el que no es ninguno de los otros. En la
convivencia universal, es cada nación lo que no son las otras. Por eso las naciones se
determinan desde fuera; se las conoce desde los contornos en que cumplen un propio,
diferente, universal destino.
Así es nación España. Se dijera que su destino universal, el que iba a darle el
toque mágico de nación, aguardaba el instante de verla unida. Las tres últimas décadas
del quince asisten atónitas a los dos logros, que bastarían por su tamaño para llenar
un siglo cada uno: apenas se cierra la desunión de los pueblos de España, se abren para
España allá van los almirantes vascos en naves de Castilla todos los caminos
del mundo.
Hoy parece que quiere desandarse la Historia. Euzkadi ha votado su Estatuto. Tal vez lo
tenga pronto. Euzkadi va por el camino de su libertad. ¿De su libertad? Piensen los
vascos en que la vara de la universal predestinación no les tocó en la frente sino
cuando fueron unos con los demás pueblos de España. Ni antes ni después, con llevar
siglos y siglos hablando lengua propia y midiendo tantos grados de ángulo facial. Fueron
nación (es decir, unidad de historia diferente de las demás), cuando España fue su
nación. Ahora quieren escindirla en pedazos. Verán cómo les castiga el Dios de las
batallas y de las navegaciones, a quien ofende, como el suicidio, la destrucción de las
fuertes y bellas unidades. Los castigará a servidumbre, porque quisieron desordenadamente
una falsa libertad. No serán nación (una en lo universal); serán pueblo sin destino en
la Historia, condenado a labrar el terruño corto de horizontes, y acaso a atar las redes
en otras Tierras Nuevas, sin darse cuenta de que descubre mundos.
(FE., núm. 1, 7 de diciembre de 1933)