No aumentéis con esos
aplausos generosos y anticipados mi emoción y orgullo, porque ya me es bastante sentirme
en vías de representar tal vez allá, en las Cortes, a esta provincia de Cádiz. Ya
sabéis lo que eso representa para mí, no sólo por Cádiz mismo, sino por la compañía
en que espero ir a esas Cortes. Van conmigo, aparte de otros amigos a quienes tengo el
mayor afecto, tres ciudadanos preclaros de esta ciudad; unos por su nacimiento y otro por
su adopción; va conmigo, si es que lo votáis, y de seguro lo votaréis antes que a mí,
don Miguel Martínez de Pinillos, que es la generosidad y que además tiene la más bella
cualidad que cabe en el patrimonio: es poseedor de barcos, y puede darse a sí mismo el
goce imperial de mandar por los términos del mundo trozos flotantes de la Patria. Tenemos
aquí también, y va conmigo en la candidatura, José María Pemán, que, de puro cantar
su espíritu en esta clásica unidad de Cádiz, ha llegado a sentir por el camino de la
inteligencia, y no por el camino de la fiebre, las más altas fiebres de la impaciencia
divina. Y va, por fin, para nuestro orgullo y para nuestra buena compañía, este gran
alcalde perpetuo, don Ramón de Carranza, que fue tan amigo de mi padre que incluso llegó
a exasperarle algunas veces llevándole lealmente la contraria. Y que fue tan gran
alcalde, que aun con deber su nombramiento a designación de la autoridad, y no a
elección del sufragio, no ha habido nunca, ni en Cádiz ni fuera de Cádiz, un alcalde
más popular que don Ramón de Carranza.
Pero, además, esta ciudad de Cádiz tiene para mí el recuerdo de otro gran
impaciente. Es mucho, pues, lo que me dais con vuestros aplausos y lo que acaso me deis
con vuestros votos, y en correspondencia de ello, yo quisiera también saber prometemos
mucho, pero no os debo engañar: os puedo ofrecer únicamente el que nosotros, en las
Cortes, nos clavaremos como resueltos centinelas para que no dé un paso más, ni un solo
paso más, la revolución del 14 de abril de 1931.
Pensad en los dos años de Gobierno de azañistas y socialistas, y pensad en la obra de
esas Cortes Constituyentes que se acaban de disolver, y que tenemos que procurar que no
renazcan, porque ya sabéis que existe el peligro de que renazcan en virtud de no sé qué
artículo de la Constitución. Pensad en la obra de esos dos años de Cortes
Constituyentes, y pensad lo que nos dejan en España.
España, según nos dicen, ya no es católica: España es laica. Eso es mentira. No
existe lo laico. Frente al problema dramático y profundo de todos los hombres ante los
misterios eternos no se nos puede contestar con evasivas. Contesta esas preguntas la voz
de Dios, o contesta la voz satánica del antidiós, aunque sea disfrazada con la sonrisa
hipócrita de don Fernando de los Ríos.
España ya no es una. En la Constitución que nos rige os encontraréis con que se le
da a España el atributo de nación y, en cambio, se están cumpliendo muchos Estatutos
regionales. Dentro de unos años no sabremos si tendremos que llevar intérpretes para
recorrer tierras que fueron de España. En cada sitio se hablará una lengua; en cada
sitio se estudiará una historia, pero España no es ya siquiera una agrupación de
regiones: es una República cantonal; una frontera para cada Municipio con esa Ley de
Términos que obliga a los obreros, en unos tiempos, a abusar del exceso de trabajo, y en
otras épocas, a morirse de hambre dentro de una implacable frontera.
España ya no es una reunión de familias. Vosotros sabéis lo que era de entrañable
esa familia.Todas vosotras, las mujeres de Cádiz, las mujeres de España, habéis cada
una constituido vuestra familia, y pensabais otras constituirla también a la española,
en la única forma tradicional que nosotros podemos entender la familia. Pues bien: ya
tenemos una magnífica institución que se llama el divorcio. Con el divorcio ya es el
matrimonio la más provisional de las aventuras, cuando la bella grandeza del matrimonio
estaba en ser irrevocable, estaba en ser definitivo, estaba en no tener más salida que la
felicidad o la salida de la tragedia, porque no saben muy bien de cosas profundas los que
ignoran que lo mismo en los entrañables empeños de lo íntimo, que en los más altos
empeños históricos, no es capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a
sus naves cuando desembarca.
Y, además, España no es independiente. Los hombres que han regido a España reciben
sus consignas o de la logia de París o de la Internacional de Amsterdam. Hace unos días
pasó ante la hostilidad de Madrid un presidente francés. Hace muy poco estuvo en
Barcelona, tratando con el presidente de la Generalidad, otro ex presidente francés. No
se sabe qué pactos secretos se urden en esas entrevistas. Sólo se sabe que ha sido
dragado a toda prisa el puerto de Mahón para que en él fondeen Dios sabe qué escuadras.
Y que nos han minado Madrid con un tubo que se llama el tubo de la risa, pero que quizá
sea una vez más el tubo de la afrenta, porque va a servir para que pasen por debajo de
nuestra Península, hacia trincheras que no nos importan, las tropas coloniales de
cualquier país vecino. Y España ya no es nada de eso; esa España que nos han dejado
empobrecida, con una economía desquiciada, con la agricultura en ruina por esa Ley de
Reforma Agraria, que sólo sirve para empobrecer a muchos sin que haya enriquecido más
que a los que pertenecen a ese Instituto de Reforma Agraria, que pisan sobre mullidas
alfombras y usan los mejores automóviles, y dicen que ha de favorecer a los campesinos.
Pues cuando nosotros, los candidatos, nos vemos frente a eso, que ya no es lo que se
llama España, porque España no es la reunión deshecha de tantos elementos dispares,
sino que es el conjunto gracioso y armonioso de todos ellos; al encontrarnos esto, que ya
es otra cosa, nosotros, los candidatos, medimos nuestras fuerzas y no nos atrevemos a
ofrecer mucho. Pero aunque nos hayan deshecho a esa España desde las disueltas Cortes de
Madrid, todos sabemos que existe otra. Yo la he visto en un repliegue de la Sierra. Ayer
estuvimos en Benaocaz, pueblecito que se aloja como un nido en un hueco de las peñas,
cerca de Grazalema. Nos hicieron hablar. Se acordaron de que éramos candidatos y nos
hicieron hablar. Hablamos encima de una mesa, bajo un techo de cañas con las vigas al
aire, ennegrecidas por el humo. Nos rodeaban unos hombres y unas mujeres con el rostro
curtido; unos hombres que, como sus padres, como sus abuelos y como sus tatarabuelos,
venían cuidando sus ganados, venían labrando su terruño. Así eran, seguramente, como
esos hombres, los porquerizos que al principio del siglo XVI se fueron a conquistar un
continente. Junto a esos hombres estaban las mujeres; las mujeres suyas, con unos ojos tan
negros, tan profundos, tan encendidos, que parecían prometer otros mil años, otros mil
siglos de vitalidad. Pues bien: cerca de aquellas gentes que no sabían de política, que
difícilmente entienden lo que son las candidaturas, que viven de una manera genuina, como
se vivía desde mucho antes que existieran las ciudades, entre esas gentes noté que
estaba viva España, que toda esta obra de la Constitución que padecemos y de los
Gobiernos que nos han gobernado es una cosa provisional. Tenemos todavía nuestra España,
y no hay más que escarbar un poco para que la encontremos. España está ahí, y un día
encontraremos a España, y entonces tal vez no nos oigan hablar de estas cosas. Entonces
estad seguros, por ejemplo, los obreros, de que no seríais sojuzgados por la tiranía de
los ricos que ofrecen condiciones duras diciéndoos que os elevan a la redención, porque
esa España, nuestra España única, nos dirá a cada cual nuestro deber y nuestro
sacrificio, y en nombre de España se gobernará, no para la clase más fuerte ni para el
partido mejor organizado, sino para todos los españoles, y hemos de salvarnos juntos o
hemos de perecer juntos.
Yo no me atrevo a prometemos que esa España la encontraremos en las futuras Cortes.
Las Cortes son un instrumento inventado por la Constitución y por todas las corrientes y
pensamientos que en la Constitución desembocaron; son un aparato que se detiene con que
unos cuantos con habilidad y mala intención quieran detenerlo. Yo no os prometo, si voy a
las Cortes, que en mis modestas fuerzas encuentre recursos para descubrir a esa España;
pero sí os prometo, como dije al principio, que me clavaré en aquellas Cortes como un
centinela para que no dé un paso más la revolución, ¡ni un paso más!, como centinela
que se clava en su puesto a costa de rigores y a costa de la muerte, y os prometo, que
será de mucho entono para mí, en el lugar de centinela, pensar en este Cádiz, en este
Cádiz vuestro, que, avanzando hacia el mar como blanco navío, nos coloca más cerca de
los futuros horizontes de España.
(Hacia la historia de la Falange, Sancho Dávila y Julián Pemartín, pág. 38)