(Carta de José Antonio
al camarada Julián Pemartín.)
Madrid, 2 de abril de 1933.
Querido Julián:
Hubiera querido escribirte antes, pero no me ha sido posible. Lo hago hoy, domingo,
procurando ceñirme a las objeciones contra el "fascio" de que me das noticia en
tu carta.
1. "Que no tiene otro medio que la violencia para conseguir el Poder."
Primero, que eso es históricamente falso. Ahí está el ejemplo de Alemania, donde el
Nacionalsocialismo ha triunfado en unas elecciones. Pero si no hubiera otro medio que la
violencia, ¿qué importaría? Todo sistema se ha implantado violentamente, incluso el
blando liberalismo (la guillotina del 93 tiene a su cargo muchas más muertes que
Mussolini y Hitler juntos).
La violencia no es censurable sistemáticamente. Lo es cuando se emplea contra la
justicia. Pero hasta Santo Tomás, en casos extremos, admitía la rebelión contra el
tirano. Así, pues, el usar la violencia contra una secta triunfante, sembradora de la
discordia, negadora de la continuidad nacional y obediente a consignas, extrañas
(Internacional de Amsterdam, masonería, etc.), ¿por qué va a descalificar el sistema
que esa violencia implante?
2. "Que tiene que surgir con idea y caudillo del pueblo." La primera parte es
errónea. La idea ya no puede surgir del pueblo. Está "hecha", y los que la
conocen no suelen ser hombres del pueblo. Ahora que el dar eficacia a esa idea sí es cosa
que probablemente está reservada a un hombre de extracción popular. El ser caudillo
tiene algo de profeta; necesita una dosis de fe, de salud, de entusiasmo y de cólera que
no es compatible con el refinamiento. Yo, por mi parte, serviría para todo menos para
caudillo fascista. La actitud de duda y el sentido irónico, que nunca nos dejan a los que
hemos tenido, más o menos, una curiosidad intelectual, nos inhabilitan para lanzar las
robustas afirmaciones sin titubeos que se exigen a los conductores de masas. Asi, pues, si
en Jerez, como en Madrid, hay amigos nuestros cuyo hígado, padece con la perspectiva de
que yo quisiera erigirme en Caudillo del Fascio, los puedes tranquilizar por mi parte.
3. "Que en los países en que parece triunfar tuvo una razón próxima de
existencia." Y en España, ¿no? Faltará la razón de tipo bélico. Por eso ya
afirmo en mi carta a Luca de Tena que aquí, probablemente, el fascismo no tendrá
carácter violento. Pero la pérdida de la unidad (territorial, espiritual, histórica),
¿es menos patente aquí que en otras partes? En todo caso, podrá decirse que hay que
esperar a que las cosas se pongan peor. Pero, si es posible hacerlo antes, ¿qué ventaja
tiene el aguardar a los momentos desesperados? Sobre todo, cuando está en gestación una
dictadura socialista, organizada desde el Poder, que colocaría a España, de no
malograrse, en situación de muy difícil vuelta.
4. "Que es anticatólico." Esta objeción es muy propia de nuestro país,
donde todos son más papistas que el Papa. Mientras en Roma se firma el Tratado de
Letrán, aquí tachamos de anticatólico al fascismo. Al fascismo, que en Italia, después
de noventa años de masonería liberal, ha restablecido en las escuelas el crucifijo y la
enseñanza religiosa. Comprendo la inquietud en países protestantes, donde pudiera haber
pugna entre la tradición religiosa nacional y el fervor católico de una minoría. Pero,
en España, ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a encontrar
las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?
Como verás, casi ninguna de las objeciones contra el fascismo está formulada de buena
fe. Alienta en ellas el oculto deseo de proporcionarse una disculpa ideológica para la
pereza o la cobardía, cuando no para el defecto nacional por excelencia: la envidia, que
es capaz de malograr las cosas mejores con tal que no deparen a un semejante ocasión de
lucimiento.
Yo procuraré que lleguen a ti algunos ejemplares de El Fascio, donde
encontrarás suficiente acicate para el entusiasmo y buen arsenal de argumentos
polémicas. De todos modos, para cuantas ampliaciones quieras y yo pueda darte, me tienes
a tu disposición.
Un fuerte abrazo.
JOSÉ ANTONIO
(Hacia la historia de la Falange, tomo I; Sancho Dávila, Julián
Pemartín, pág. 24)