Los negocios, las francachelas, los atropellos de la
Dictadura. El pueblo no oye hablar de otra cosa desde hace año y medio. Y es hora ya que
el pueblo, superior a la Comisión de Responsabilidades y a las propias Cortes
Constituyentes, conozca la verdad y juzgue a los acusados y a los acusadores.
El presidente de aquel Gobierno, al que encarnizadamente se ataca, era mi padre. La
muerte fue piadosa con él. Pero no pido que se le absuelva por misericordia ante la
muerte. Pido, ¡exijo!, que se le juzgue. Y no sólo por el golpe de Estado y porque
legisló sin Cortes. Para descubrir que hizo tales cosas no era menester la Comisión de
Responsabilidades. Lo que el pueblo tiene que saber inexcusablemente es si ha
estado durante seis años en manos de una cuadrilla de insensatos bandoleros o si ha sido
gobernado por un hombre honrado, justo, patriota, valeroso, inteligente, al que otros
dignos de él secundaron.
Sería una burla echar un velo sobre todas esas acusaciones y sentenciar únicamente
acerca de las responsabilidades políticas. Lo deshonroso no es sublevarse contra el
Gobierno como lo hizo el general Primo de Rivera en 1923 para salvar a la
Patria, que se disolvía. Lo deshonroso hubiera sido aprovecharse del Poder para ventaja
propia o gobernar desatinadamente, que también es delito obstinarse en seguir gobernando
cuando los desaciertos continuos son demostración de incapacidad.
Hay que juzgarlo y sentenciarlo todo. Pero he aquí lo extraordinario: la memoria de]
general Primo de Rivera en las Cortes tendrá cuatrocientos acusadores y "ningún
defensor". Los demás acusados podrán, al menos, designar quien los defienda; mi
padre, no; porque muerto ya, no es siquiera parte en el proceso de las responsabilidades.
Y eso es una tremenda injusticia. No puede quedar flotando sobre la memoria de un
hombre el cúmulo de feroces acusaciones que se ha lanzado contra el general Primo de
Rivera. Hay que conminar a los acusadores para que precisen con pruebas, valerosamente,
sus cargos. No es lícito acusar vagamente, en las tertulias y en la Prensa, y rehuir
luego el deber de justificar las acusaciones. Y es preciso escuchar después a la defensa.
Sólo para eso (sin que por ello descuide todos los deberes, que sabré cumplir, para
con Madrid y para con mis electores), quiero ir a las Cortos Constituyentes: para defender
la memoria sagrada de mi padre. Sé que no tengo merecimientos para aspirar por mi mismo a
la representación en las Cortes de Madrid. Pero no me presento a la elección por vanidad
ni por gusto de la política, que cada instante me atrae menos. Porque no me atraía,
pasé los seis años de la Dictadura sin asomarme a un Ministerio ni actuar en público de
ninguna manera. Bien sabe Dios que mi vocación está entre mis libros, y que el apartarme
de ellos para lanzarme momentáneamente al vértigo punzante de la política me cuesta
verdadero dolor. Pero sería cobarde o insensible si durmiera tranquilo mientras en las
Cortes, ante el pueblo, se siguen lanzando acusaciones contra la memoria sagrada de mi
padre.
Quiero ir a defenderle con mis argumentos y con muchas pruebas que nadie tiene más que
yo. Necesito defenderle. Aunque caiga extenuado en el cumplimiento de ese deber, no
cejaré mientras no llegue al pueblo la prueba de que el general Primo de Rivera merece su
gratitud. El general Primo de Rivera, pacificador de Marruecos ¿lo han olvidado ya
las madres?, servidor de su país con ocho campañas y en seis años de Gobierno;
trabajador infatigable por la Patria, que le vio subir al Poder con todo el empuje de su
madurez vigorosa y salir del Poder, a los seis años, rendido, viejo, herido de muerte por
la enfermedad que tardó tan poco en abatirle; hombre bueno y sensible, que se fue de la
vida sin el remordimiento de una crueldad, y al que mató, más que el cansancio de seis
años de faena, la tristeza de seis semanas de injusticias.
Ese es todo mi programa. ¿Me negará sus votos el pueblo de Madrid? Un diputado
republicano o socialista más no hace falta en las Cortes, porque ni la República ni el
partido socialista están faltos de quien los defienda. Pero la memoria de mi padre, sí.
Y este pueblo madrileño al que tan bien entendía, con el que tan sencilla y tan
cordialmente se comunicaba mi padre no puede dejar que se le condene sin escuchar
antes su defensa. ¡Un puesto en las Cortes para defender la memoria de mi padre!
(Oficina electoral: Madrid)
(ABC, edición de Andalucía, 29 de septiembre de 1931.)