Por la izquierda se nos asesina (o a veces se intenta asesinarnos,
porque no somos mancos, a Dios gracias). El Gobierno del Frente
Popular nos asfixia (o intenta asfixiarnos, porque ya se ve de lo que
sirven sus precauciones). Pero –¡cuidado, camaradas!– no está en
la izquierda todo el peligro. Hay –¡aún!– en las derechas gentes
a quienes por lo visto no merecen respeto nuestro medio centenar largo
de caídos, nuestros miles de presos, nuestros trabajos en la
adversidad, nuestros esfuerzos por tallar una conciencia española
cristiana y exacta.
Esas gentes, de las que no podemos escribir sin cólera y asco,
todavía suponen que la misión de la Falange es poner a sus órdenes
ingenuos combatientes. Un día sí y otro no los jefes provinciales
reciben visitas misteriosas de los conspiradores de esas derechas, con
una pregunta así entre los labios: "¿Podrían ustedes darnos
tantos hombres?"
Todo jefe provincial o de las J.O.N.S., de centuria o de escuadra a
quien se le haga semejante pregunta debe contestarla, por lo menos
volviendo la espalda a quien la formule. Si antes de volverle la
espalda le escupe el rostro no hará ninguna cosa de más.
¿Pero qué supone esa gentuza? ¿Que la Falange es una carnicería
donde se adquieren al peso tantos o cuántos hombres? ¿Suponen que
cada grupo local de la Falange es un tropa de alquiler a disposición
de las empresas?
La Falange es una e indivisible milicia y partido. Su brío
combatiente es inseparable de su fe política. Cada militante en la
Falange está dispuesto a dar su vida por ella, por la España que
ella entiende y quiere, pero no por ninguna otra cosa.
No ya la vida; ni una gota de sangre debe dar ningún camarada en
auxilio de complots oscuros y maquinaciones más o menos derechistas
cuyo conocimiento no les llegue por el conducto normal de nuestros
mandos. El jefe nacional ha dicho muchas veces que así como los
heridos al servicio de la Falange son ensalzados ante sus camaradas,
el que padezcan herida en servicio no ordenado por la Falange será
expulsado de ella con vilipendio.
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Vamos a ver si nos enteramos:
Entre la turbia, vieja, caduca, despreciable política española,
hay un tipo que se suele dar con bastante frecuencia: el del
"madrugador". Este tipo procura llegar cuando las brevas
están en sazón –las brevas cultivadas con el esfuerzo y el
sacrificio de otros– y cosecharlas bonitamente.
Nunca veréis al "madrugador" en los días difíciles.
Jamás se arriesgará a pisar el umbral de su Patria en tiempos de
persecución sin una inmunidad parlamentaria que le escude. Jamás
saldrá a la calle con menos de tres o cuatro policías a su zaga. Su
cuerpo no conocerá las cárceles ni las privaciones.
Pero –eso sí– si otros a precio de las mejores vidas –¡muertos
Paternos de la Falange!– logran hacer respetable una idea o una
conducta, entonces el "madrugador" no tendrá escrúpulo en
falsificarla. Así, en nuestros días, cuando la Falange a los tres
años de esfuerzo recoge los primeros laureles públicos –¡cuán
costosamente regados con sangre!–, el "madrugador" saldrá
diciendo: "¡Pero si lo que piensa la Falange es lo que yo
pienso! ¡Si yo también quiero un Estado corporativo y totalitario!
Incluso no tengo inconveniente en proclamarme "fascista".
Algunos ingenuos camaradas hasta agradecerían esta repentina
incorporación. Creerán que la Falange ha adquirido un refuerzo
valioso. Pero lo que quiere el "madrugador" es suplantar a
nuestro movimiento, aprovechar su auge y su dificultad de propaganda,
encaramarse en él y llegar arriba antes de que salgan de la cárcel
nuestros presos y de la incomunicación nuestras organizaciones. En
una palabra: madrugar.
El "madrugador" no tiene escrúpulos. A codazos se
abrirá paso en sus propias filas. Traicionará y tratará de eclipsar
a sus jefes (tanto más fáciles de eclipsar cuanto más elegantemente
adversos a esa especie de groseros pugilatos). Contraerá en cada
instante la voz y el gesto con los que más pueda medrar. Y cultivará
sin recato la adulación; en nuestros tiempos –para llamar a las
cosas por sus nombres– la adulación a las fuerzas armadas. El
"madrugador" siempre cuenta con el Ejército como un escabel
más; esta convencido de que unos cuantos jefes militares arriesgarán
vida, carrera y honor para servir la ambición hinchada y ridícula de
quienes los adulan.
+ + +
Si lo que se ventilara fuera el acceso a los cargos públicos, ¡lleváranselos
enhorabuena los "madrugadores"! Esos cargos públicos,
servidos de abnegación, son la más espinosa carga imaginable. A buen
seguro que ninguno de nuestros camaradas de primera fila daría de
grado su libertad, su juventud, su vida llena de atractivos, por la
dura servidumbre de un ministerio.
Pero no se trata de ser ministro. Para serlo, en estos tiempos en
que se producen más de ochenta ministros cada cinco años, hay
caminos más llanos que el de la Falange. Se trata de hacer a España.
De hacer a España con arreglo a su entendimiento de amor, que
sólo poseen los que lo han adquirido en las horas tensas y
difíciles.
De hacer a España según una iluminada geometría, cuyos secretos
sólo se han entregado tras de muchas noches en vela.
Que alguien escuche y desmenuce el lenguaje de los
"madrugadores": ese lenguaje espeso, inflado, prosaico,
abrumadoramente abundante y grotescamente impreciso. ¿Podrá alguien
percibir en ese lenguaje el menor aleteo de la gracia?
Nuestra empresa española –ya se dijo en acto inicial de la
Falange– es una empresa poética, religiosa y militar. No reside en
fórmulas, y menos en fórmulas bastas. Es la aspiración permanente a
una forma histórica llena de garbo y de fervor, sólo percibido por
una fe clarividente.
No seremos ni vanguardia, ni fuerza de choque, ni inestimable
auxiliar de ningún movimiento confusamente reaccionario. Mejor
queremos la clara pugna de ahora que la modorra de un conservatismo
grueso y alicorto, renacido en provecho de unos ambiciosos
"madrugadores". Somos –se ha dicho muchas veces– no
vanguardia, sino ejército entero, al único servicio de nuestra
propia bandera.
Aspiramos a ser un pueblo en marcha tras de una voz de mando. Una
voz que se nos haya hecho familiar en las horas de peregrinación. No
creemos en una receta o en una colección de recetas que cualquiera
puede preparar. Creemos en una mente y en un brazo.
Para que esa mente y ese brazo nos gobiernen lucharemos todos hasta
el final. Para que un "madrugador" se adelante y nos diga:
"¿Pero no les da a ustedes lo mismo? ¡Si yo también soy
totalitario!" Para eso, no; ni un minuto.
Y será inútil el madrugón. Aunque el "madrugador"
triunfara le serviría de poco su triunfo. La Falange, con lo que
tiene de ímpetu juvenil, de acervo intelectual, de brío militante,
se le volvería de espaldas. Veríamos entonces quién daba calor a
esos "fascistas rellenos de viento".
Nosotros, para ver pasar sus cadáveres, no tendríamos más que
sentarnos a la puerta de nuestra casa bajo las estrellas.
No Importa, Boletín de los días de persecución, número 3,
20 de junio de 1936.