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  DISCURSO PRONUNCIADO EN BILBAO, EN EL MITIN ORGANIZADO POR LA UNIÓN MONÁRQUICA NACIONAL EN EL FRONTÓN EUSKALDUNA, EL DOMINGO 5 DE OCTUBRE DE 1930

Gran ovación acoge la presencia del señor Primo de Rivera en el estrado. Se oyen muchos vivas al marqués de Estella.

"Si estos aplausos fueran dirigidos a mí, yo os podría dar las gracias con el desembarazo que dejan los honores inmerecidos; pero sé que no son para mí; son para el recuerdo que en mí veis y que yo llevo enraizado en lo más hondo de mi espíritu. Bajo ese recuerdo, ¿con qué palabras podía daros las gracias, si todas las palabras se ahogan antes de llegar a la garganta cuando suben del corazón? (Aplausos.)

Gracias a todos con toda mí alma. A los que estáis aquí despreciando las amenazas que os han dirigido desde fuera (muy bien); a los que han organizado este acto, el más importante de los que se están celebrando en España; a las mujeres, que también habéis venido para honrar y embellecer nuestra solemnidad; a vosotras, mujeres vascas, que sabéis llenarnos la vida con vuestra belleza, con vuestra suavidad, con vuestra serenidad, y sabéis ser fuertes y firmes para la lealtad y para el deber- a vosotros, los que tal vez no estuvisteis con la Dictadura, pero seguís a estos hombres porque van por el camino de la verdad; y a los leales -últimos en la enumeración, pero no en el afecto- que estais aquí y que sois todos. Porque, ¿qué nos importa que no estén con nosotros los que se unieron a la Dictadura para adularla al barrunto de las prebendas y huyeron cobardemente en cuanto se les pidió el menor sacrificio? (Muy bien. Aplausos.)

La Dictadura avivó la ciudadanía

Yo quisiera que os mirasen con los ojos de la verdad los que probablemente mañana, desde ciertos periódicos, ocultaran hasta la realidad de que estamos celebrando este acto. ¿Cuándo un partido perseguido, calumniado, en oposición hasta sangrienta, ha logrado reunir en torno suyo tan magnífica manifestación de ciudadanía? Después de esto, ¿se atreverán a seguir diciendo que la Dictadura ahogó el espíritu ciudadano? Lo dicen porque suspendió la celebración de elecciones. Pero precisamente así, con el corte de aquel simulacro, logró que la verdadera ciudadanía se robusteciera. Casi todos, muchos por lo menos, sois más viejos que yo y recordáis lo que eran las elecciones: muchos ya no acudíais siquiera a ellas porque teníais metido en el alma el desaliento. Notabais que por grande que fuera vuestro entusiasmo, siempre, por no se sabe qué artes misteriosas, resultaban triunfantes los mismos hombres; los que perdieron las Antillas; los que fracasaron en Marruecos; los que arruinaron nuestra Hacienda; los que conocéis de siempre. Y después, para colmo de vilipendias, os decían que erais... el pueblo soberano y que ellos no eran más que vuestros servidores. (Gran ovación.) Claro que la Dictadura acabó con eso. Pero, en cambio, sacó de sus casas y movilizó el más copioso y selecto contingente de ciudadanos que ha movilizado Gobierno alguno. ¿Quién no recuerda la labor benemérita de esos hombres en las Diputaciones, en los Ayuntamientos, en tantas Juntas de Base Social, descentralizadoras de servicios, como creó la Dictadura? Y, sobre todo, renació la ciudadanía, porque renació en todos la fe en España. La Dictadura nos curó del más terrible mal, que era el desaliento. La Dictadura nos hizo ver que España podía ser grande, fuerte, rica, vencedora y respetada. Y así los que, vueltos de cara a la pared, esperaban de un momento a otro una muerte miserable, acudieron a los puestos del deber para servir a España en el ejercicio de la ciudadanía.

Ya veis cómo ha bastado ese espíritu de ciudadanía, difuso, pero fuerte, para manifestar, sin necesidad de Cortes ni casi de Prensa, la más viva repulsa contra los conciliábulos de unos cuantos viejos políticos que de nuevo pretendían repartiese a España.

No hay más que dos caminos: con Moscú o contra Moscú

Pero esta ciudadanía, formada ya, tiene que conocer su camino. Y no hay más que dos, porque ha pasado la época de distraernos en gestionar que nos pongan ese alcalde o nos quiten aquel juez municipal. No hay más que dos caminos en estos momentos trascendentales: o la revolución o la contrarrevolución. 0 nuestro orden tradicional o el triunfo de Moscú, que ha abolido la religión, la familia, el pudor y el amor a la Patria. (Aplausos.) Porque sabed que la III Internacional ha gastado en Europa, durante uno solo de los últimos meses, 36 millones de dólares en propaganda.

Sabed que sostiene en España tres periódicos comunistas, y no menos de doscientos propagandistas del comunismo. Y Moscú será lo que triunfe si triunfa la revolución. No será una revolución contra la Monarquía, sino la subversión completa del orden social. La República conservadora no es más que un paso; los republicanos románticos, y por lo mismo respetables, de finales del siglo XIX no tienen masa, necesitan de la que se les preste, y esa fuerza prestada, ¿creéis que se conformará con la sustitución del general Berenguer por el señor Alcalá Zamora? Después de triunfar echarán a un lado a los románticos del republicanismo y no se conformarán sino con el logro completo, con Rusia.

Contra eso ha de organizarse a toda costa la unión de las derechas. Pero, ¡ay de las derechas si persisten en su vieja política Pobres de ellas si, frente a Moscú, se entretienen en sus antiguas habilidades electorales! Así ni servirán de nada ni lograrán que nadie las siga. Tampoco pueden ser las derechas blandas y escurridizas de antes. No. Ha de ser una derecha fuerte, resuelta, intransigentemente derecha.

La derecha y los obreros

Quiero explicar esto de "intransigentemente". Estoy muy lejos de pensar que las derechas deban oponerse a los legítimos avances de la clase trabajadora. Al contrario, nunca ningún Gobierno pensó tanto en los trabajadores como la Dictadura. No los adulaba para obtener votos, y, sin embargo, ¿cuándo tuvieron los trabajadores más respeto y más bienestar? Por eso muchos obreros que hoy, por temor o por mal entendido compañerismo, se ven arrastrados a protestas contra lo que cayó, en la sinceridad de su familia, donde se sienten padres, añoran -ya con nostalgia- los días pacíficos y fecundos de la Dictadura. (Grandes aplausos.) Lo que se dé merecidamente a la clase obrera no es transigir, no es ceder en un regateo: es hacer justicia. Por consecuencia, debe hacerse de una vez todo lo necesario para llevar una vida armoniosa, alegre y desahogada, en la que no falte el pan ni la seguridad del ocio a los hijos durante la infancia, para que puedan educarse, ni el descanso y la alegría, que los pobres tienen tanto derecho como los ricos a concederse una copa de vino o una diversión; todo eso ha de darse a los obreros, y todo hay que darlo de una sola vez, sin que pueda interpretarse como una transacción. (Grandes aplausos.)

Fe en la propia doctrina

La intransigencia ha de mostrarse en la doctrina. Los antiguos conservadores tenían a gala ser más liberales que los liberales. Sería como si un propagandista de la abstinencia alcohólica tuviera a gala emborracharse mejor que nadie. Aquellos conservadores parecían descubrir la interior convicción de no estar en lo firme. Era como si dijeran: "Ya sabemos que no tenemos razón; pero mientras nos sostenemos con concesiones y transacciones, veremos lo que dura esto." ¡Lejos ese espíritu de la nueva derecha! Hemos de tener fe resuelta en que de nuestra parte está la verdad, e iluminados con la verdad, en la que no se cede, batir resueltamente al enemigo.

El enemigo está en las Universidades. En nuestras Universidades no intervenidas, sino monopolizadas por el Gobierno, y en las cuales, no obstante, tienen su nido los adversarios más activos y peligrosos de cuanto es fundamental para el Estado. En ninguna parte como en España es más fuerte la intervención del Estado en las Universidades. Parece que un Centro del Estado no puede ser hostil a aquello que es fundamento y sustentación de aquél. Defendamos a la juventud. Vosotros sois padres; si queréis que vuestros hijos sigan una profesión facultativa tendréis forzosamente que entregárselos al Estado por las puertas de la Universidad. Con ellos debierais descansar seguros. ¿Quién parece que pueda tener mayor interés que el Estado en formar ciudadanos que lo sostengan? Pues no; vuestros hijos encontrarán, sí, maestros sabios y venerables -yo soy discípulo de una Universidad y me honro en tributarles desde aquí mi respeto-; pero pasarán también por las manos de una serie de extravagantes que les enseñarán a perderos el respeto a vosotros, a la religión, a la Patria, al Ejército, al honor nacional... Y cuando el Estado os devuelva a vuestro hijo, si Dios no le ha protegido mucho, os lo devolverá descreído, irreverente, descastado, cobarde, enemigo de todo lo que vosotros más respetáis, y quién sabe si incluso -porque hasta de eso habrá oído hablar con benévola simpatía- entregado a los vicios más, abominables y vergonzosos. (Gran ovación.)

También está el enemigo en la Prensa; en esa Prensa que sirve cada día a sus lectores, por una perra gorda, la cotidiana ración de embustes, calumnias y veneno. Estamos manteniendo con nuestro propio dinero y nuestra propia organización a aquellos que quieren derribarnos y echar por tierra nuestra Patria.

El pecado de estupidez

Si la futura derecha no va contra todo eso será, más que mala, imbécil. (Aplausos.) Porque, como nos dijo hace unos días don Ramiro de Maeztu, todo Estado que aspira a perpetuarse forma a sus generaciones en los principios mismos que lo sustentan: así el Soviet forma comunistas, y el Fascio, fascistas; sólo nosotros cometemos la incomparable estupidez de abrir por nuestras propias manos la puerta de la casa a quienes 'sólo quieren entrar para arrojarnos de ella con sangre y vilipendio. (Ovación.)

La abstención no es lícita.

Así, pues, hay que decidirse: o con la revolución o contra la revolución, en una fuerte unión de derechas. Es esto tan importante, que la Unión Monárquica Nacional, para la que el único interés es que España sea bien gobernada, cedería cuanto fuera preciso. ¿Quién puede entretenerse en regateos en estos instantes? Pero oídlo todos y decirlo a todos los que están fuera: nadie puede excusarse de acudir a su puesto. No sirve decir: "A mí no me interesa la política"; lo mismo que ante el incendio del propio hogar no cabe cruzarse de brazos con el pretexto de que a uno no le interesan las llamas. Si triunfa la revolución, los arrastrará a todos: a los que lucharon y a los que no lucharon. Pero mientras los primeros caerán cara a cara, con el goce del que cumple con su deber, los tibios, los tímidos, caerán heridos por la espalda, llevando sobre sí el estigma de los cobardes. (Ovación.)

La Nación, 6 de octubre de 1930.
Unión Monárquica, núm. 98, 15 de octubre de 1930.


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