Los antialgo y el
señoritismo español. Las fantasías creadoras del hombre en política y el voto de la
mujer. La inutilidad del sufragio. De votar alguien, mejor sería que votase sólo la
mujer. ¿Han hecho algo las mujeres en el Parlamento? ¿Lo han hecho los hombres? Dos en
uno. Divagaciones sobre la guerra.
OPINIONES DE PRIMO DE RIVERA
Don José Antonio Primo de Rivera no es feminista. Así lo declara sinceramente,
apoyando su criterio en una especie de balance histórico respecto a la labor creadora que
en su haber puede apuntarse Eva desde que el mundo es mundo. Ni las matemáticas, ni la
geografía, ni la pintura, ni la música la ciencia o el arte, en fin deben a
la mujer casi nada en su global progreso. El jefe de Falange Española se manifiesta
"no feminista" sin ambages.
Sin embargo le objeto, el Premio Nobel de Química de este año fue
para una mujer, la señora Curie, casi una niña, y su madre también se lo mereció.
Miró en torno nuestro. Un gran retrato de Mussolini, dedicado afectuosamente, preside
desde la librería. La cabeza redonda, lisa, y el gesto obstinado de la faz... Entre los
volúmenes hay un libro de León Trotsky.
No soy feminista; por tanto, huelga que le diga que no soy partidario de darle el
voto a la mujer.
Parece reflexionar, y exclama:
Eso no quiere decir que sea antifeminista. Los antialgo, sea lo que sea
este algo, se me presentan imbuidos de reminiscencia del señoritismo español, que se
opone irreflexiva, pero activamente, a lo que él no comparte. No soy ni antimarxista
siquiera, ni anticomunista, ni... antinada. Los anti están desterrados de mi
léxico como si fueran tapones para las ideas.
Y como demostración de eclecticismo, continúa:
Le dije antes que la falta de facultades creativas (empleo su frase) de la mujer
es lo que me induce a no ser feminista. Mas he de revelarle que me asustan tanto las
fantasías creadoras actuales del hombre en política, que es posible que la mujer, al
mezclarse en ella, pueda darle cierto reposo, cierto aplomo, que bien necesario lo es... Y
desde este punto de vista, su actuación puede ser buena, ya que la mujer vendría a ser
como esa fuerza retardataria de las mareas que, haciendo la cincha del globo, modera el
movimiento acelerado de la tierra.
Haría de freno aclaro.
Exacto. No confío en el voto de la mujer. Mas no confío tampoco en la eficacia
del voto del hombre. La ineptitud para el sufragio es igual para ella que para él. Y es
que el sufragio universal es inútil y perjudicial a los pueblos que quieren decidir de su
política y de su historia con el voto. No creo, por ejemplo, que en la conveniencia o
inconveniencia de una alianza internacional o sobre la política marítima a seguir pueda
tener la masa opinión, ni a lo sumo, más que muy pocos de sus representantes. Don
Antonio Maura hizo el voto obligatorio. ¿Y para qué? En el mejor de los casos, los
hombres elegidos son señores sin voluntad propia, sometidos a los partidos, sin
especialización para ir meditadamente resolviendo los arduos y trascendentales problemas
del Estado. Los elegidos no lo son por ser los más adecuados al país, sino los más
flexibles a los jefes, y nada les preocupan las leyes que se van a dictar para guiar a la
nación por una ruta determinada. La incultura de la masa de los electores no es menos que
la de la masa de los elegidos en materia política. Ahí están las listas de candidatos
llenas de nombres desconocidos; no podrían muchos alegar otra razón para estar en ellas
que la amistad y representar mañana en el Parlamento un número, un voto, un sumando,
pero no una inteligencia y un pensamiento... En fin, yo le aseguro que en vísperas de la
contienda electoral me afirmo más que nunca en mi oposición al sufragio, lo mismo para
la mujer que para el hombre. Ahora bien: si lo estimásemos imprescindible para la vida de
la nación va usted a escucharme una extravagancia, de tener que votar
forzosamente, mejores frutos habrían de lograrse con el voto de la mujer que con el del
hombre. Ella tiene más aplomo y una sensibilidad práctica de que él carece. El voto de
ambos sería adecuado para cualquier tema municipal o administrativo.
¿Qué opinión tiene usted de la labor de la mujer en el Parlamento?
No la conozco. No sé si porque no ha hecho ninguna o porque yo no la haya
estudiado bien. Pero si ellas no han hecho nada, los hombres me consta que han hecho casi
tan poco como ellas. Podemos decir que los Parlamentos de la República han sido
estériles. La representación parlamentaria femenina será exigua. De ello no debemos
congratularnos.
El jefe de Falange Española, con escepticismo que contrasta con su juvenil aspecto me
asegura:
Las mujeres no harán más que redoblar con su voto el voto masculino, con sus
defectos; no teniendo, por tanto, el de ellas trascendencia en el camino futuro de
España. Serán dos donde antes fuera uno, o dos en uno, si usted lo prefiere. En los
medios rurales, el sufragio tiene, además, el inconveniente de su insinceridad. Es
evidente que las clases pudientes compran el voto de las económicamente sometidas. Y
claro que empeoran lo que ya es detestable.
¿Cree usted que iremos a una situación de derechas porque las mujeres de este
sector sean más numerosas, más fuertes o más ricas?
Derechas, izquierdas... Son palabras de poco sentido. El Estado ruso es el más
derechista de todos los de Europa, y el pueblo soviético es el más izquierdista
ideológicamente... Pero si nos ceñimos a su vulgar acepción, derechas e izquierdas
representan en España algo tan heterogéneo e irreconciliable que se puede esperar poco,
por sus mismas tensiones respectivas. Más tienen de exponentes de lucha que de internos
ideales por la Patria. Sin embargo, quizá vamos a una situación de lo que llaman
derechas.
Pensativo me habla luego de las posibilidades de un régimen más en armonía con su
concepción de los Estados.
La guerra dice inflexiblemente es inalienable al hombre. De ella no
se evade ni se evadirá. Existe desde que el mundo es mundo, y existirá. Es un elemento
de progreso... ¡Es absolutamente necesaria!
Cuando la mujer intervenga en la gobernación del Estado, ¿no cree usted que
defenderá a sus hijos contra Ia guerra, evitando que le arrebaten y destruyan lo más
preciado de su labor y de su vida? La educación a los hijos en el odio a la guerra...
Los haría cobardes solamente. Los hombres necesitan la guerra. Si usted la cree
un mal, porque necesitan del mal. De la batalla eterna contra el mal sale el triunfo del
bien, dice San Francisco. La guerra es absolutamente precisa e inevitable. La siente el
hombre con un imperio intuitivo, atávico, y será en el porvenir lo que fue en el
pasado... ¿Los pueblos sin guerra?
El jefe de Falange Española sonríe largamente.Luisa Trigo.
(La Voz, de Madrid, 14 de febrero de 1936)