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RESUMEN DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN EL TEATRO PRINCIPAL DE JAEN EL DIA 7 DE ABRIL DE 1935

Comienza diciendo José Antonio Primo de Rivera que la esencia del movimiento que acaudilla es la unidad. Restablecer la unidad de España, que se encuentra dividida por las clases que luchan contra las clases, los partidos contra los partidos y las tierras de España contra otras tierras de España también. (Muy bien.) Así vemos –continúa– que las comarcas españolas, lejos de considerarse como partes de un todo, adoptan una actitud independiente, y sólo les preocupa solucionar las cuestiones que les afectan, desinteresándose de las planteadas en las demás comarcas. Y así vemos también cómo cada región aspira a su Estatuto, y nada me extrañaría –añade– que el día menos pensado, en Avila, Salamanca o Burgos, surja cualquier intelectual pedante o ateneísta superior defendiendo la tesis de sus hechos diferenciales y del derecho a regirse por sí mismas.

Los partidos políticos –continúa–, y nadie vea en mis palabras ningún ataque personal, expresan igualmente todo lo más opuesto a esa unidad que nosotros defendemos. Los de derechas representan lo nacional, pero carecen de un verdadero contenido social; los de izquierdas, al contrario, tienen un fondo social, pero antiespañol, olvidando unos y otros la necesidad de superar a ambos elementos, fundiéndose en una síntesis superior.

Las luchas de clases –dice–, absurdas y estériles, no tienen, en definitiva, más que una finalidad: convertir a un proletariado oprimido en un proletariado opresor, lleno de odios y rencores, sin Patria y sin espíritu.

¿Qué quiere decir todo esto? Pues simplemente que hay una imperiosa necesidad de restablecer la unidad de España viendo en ella, no un mero conglomerado de elementos en pugna, sino una realidad histórica con un destino universal que cumplir. (Ovación.)

Por eso –continúa – no basta hablar de Estados fuertes. Para que un Estado lo sea precisa de manera indispensable tener un alto destino que servir y que justifique la dureza y el rigor; de lo contrario, o el Estado es tiránico, o el Estado es vacilante, y el ejemplo lo tenemos en España durante la revolución pasada, en que el Estado, sin un destino histórico y total que realizar, no se atrevió a adoptar la actitud de justa severidad que las circunstancias reclamaban, y no por falta de energía, sino por la duda de que al hacerlo estuviera cometiendo una injusticia. Nosotros sí queremos un Estado fuerte, pero después de darle a España la conciencia de una unidad firme y alegre y hacer ver a los españoles de que es algo superior a las minúsculas competencias de clases, grupos o partidos. (Gran ovación.) Para conseguirlo no bastan ni bloques ni confederaciones. Jamás se ha dado el caso de que varios enanos hayan formado un gigante.

Lo que es preciso es tener una gran verdad a quien servir, una verdad que sea el eje, el polo de atracción de un pueblo entero.

La Falange Española la quiere profundamente, la defiende con su sangre; diecisiete hombres jóvenes han caído ya por ella, y cuando los españoles entregan su vida con tal generosidad, estad seguros que la causa es sublime y su triunfo indudable. (Enorme ovación.)

Apretad, pues, vuestras organizaciones, nutrid vuestras filas, tened tenso el espíritu y pronta la decisión, que no está lejos el día glorioso para todos en que el sol amanezca con un haz de flechas sobre los campos de España.

(Arriba, núm. 4, 11 de abril de 1935)


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