Yo fui también de los que
aspiraron a vivir en su celda. No sé de privilegio más atractivo que este de haber
encontrado la vocación de haberse encontrado uno mismo. La mayor parte de los mortales
viven como descaminados, aceptan su destino con resignación, pero no sin la secreta
esperanza de eludirlo algún día. He visto a muchos hombres que en medio de las
profesiones más apasionantes como por ejemplo, la magnífica, total, humana y
profunda profesión militar soñaban con escaparse un día, con hallar un
portillo que los condujera a la tranquilidad burocrática o al ajetreo mercantil. Estas
son gentes que viven una falsa existencia; una existencia que no era la que les estaba
destinada. A veces siento pirandeliana angustia por la suerte de tantas auténticas vidas
que sus protagonistas no vivieron, prendidos a una vida falsificada. Por eso miro en lo
que vale el haber encontrado la vocación. Y sé que no hay aplausos que valgan, ni de
lejos, lo que la pacífica alegría de sentirse acorde con la propia estrella. Sólo son
felices los que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la
tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo.
* * *
Pero hoy no podemos aislarnos en la celda. Primero, porque sube de la calle demasiado
ruido. Después, porque el desentendemos de lo que pasa fuera no sería servir a nuestro
destino en el destino universal, sino convertir monstruosamente a nuestro destino en
universo. Nuestra época no es ya para la soberbia de los esteticistas solitarios ni para
la mugrienta pereza, disfrazada del idealismo, de aquellos perniciosos gandules que se
ufanaban en llamarse rebeldes. Hoy hay que servir. La función de servicio,
de artesanía, ha cobrado su dignidad gloriosa y robusta. Ninguno está exento
filósofo, militar o estudiante de tomar parte en los afanes civiles.
Conocemos este deber y no tratamos de burlarlo.
En España, menos todavía. Nuestra España está huérfana de un orden armonioso.
¿Cómo, sin él, podrá nadie estar seguro de ocupar su puesto en la armonía? Nuestra
España que se calificó por ser un estilo, según Menéndez y Pelayo
es hoy la cosa menos estilizado del mundo. En sus cimientos populares hay, sí,
yacimientos magníficos de civilización reposada y exacta; pero ¡cuánto cascote sobre
los cimientos! No se sabe qué es peor, si la bazofia demagógica de las izquierdas, donde
no hay manoseada estupidez que no se proclame como hallazgo, o la patriotería derechista,
que se complace, a fuerza de vulgaridad, en hacer repelente lo que ensalza. Y producido
por el alborozo de las izquierdas y las derechas, un caos ruidoso, confuso, cansado,
estéril y feo.
* * *
Nosotros, estudiantes, no os llamamos con la invocación del nombre de España a una
charanga patriótica. No os invitamos a cantar a coro fanfarronadas. Os llamamos a la
labor ascética de encontrar bajo los escombros de una España detestable la clave
enterrada de una España exacta y difícil.
No venimos sólo a execrar como antipatriotas a tantos y tantos críticos de España
como se adelantaron a formular nuestro descontento. Venimos a reprocharles que no
añadieran a su crítica mayor efusión. Pero su descontento es nuestro. Nuestra manera de
servir a España tendrá que ser también rigurosa. Tendremos que hendir muchas veces la
carne física de España sus sustos, su pereza, sus malos hábitos para
libertar a su alma metafísica. España nos tiene que ser incómoda. ¡Dios nos
libre de encontrarnos como el pez en el agua en esta España de hoy! Tenemos que sentir
cólera y asco contra tanta vegetación confusa. Y sajar sin contemplaciones. No importa
que el escalpelo haga sangre. Lo que importa es estar seguro de que obedece a una ley de
amor.
(De Haz, primera época, núm. 1, 26 de marzo de 1935)