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"ENTRAÑA Y ESTILO, HE AQUÍ LO QUE COMPONE A ESPAÑA"

BRINDIS DE JOSÉ ANTONIO EN UN BANQUETE A EUGENIO MONTES EL 24 DE FEBRERO DE 1935

Esta es nuestra Falange; esta mañana, predicando en campos de Castilla; ahora, contigo en la mesa, hermano Eugenio Montes. Eso es nuestra Falange; la que integra una intelectualidad que vivió sin entraña, perdida en un esteticismo estéril, con una tierra entrañable a la que se quiso privar de toda exigencia de estilo.

Así sabemos fundir el sentido eterno de la tierra castellana con la exactitud difícil de un filosofo y de un poeta, si es que el ser filósofo y el ser poeta son cosas distintas.

Entraña y estilo, he ahí lo que compone a España. Ahora se nos habla mucho contra el estilo; se nos dice que nadie que hizo nada grande se dio cuenta de que tenía un estilo. ¿Y qué importa que no se diera cuenta? Lo importante era tenerlo; en eso, el estilo es como lo que Goethe llamaba la idea de su existencia: es la forma interna de una vida que, consciente o inconscientemente, se realiza en cada hecho y cada palabra.

Alguien escribió: "La española Infantería es valiente porque sí." ¡Por qué! Mal había entendido a la Infantería española quien escribió aquello. Era valiente porque servía a un gran destino, porque realizaba un gran destino, estaba sosteniendo el imperio de Occidente, la unidad espiritual de Europa, el rigor de los mejores principios. ¡Pues sí que no tenía razones la Infantería para ser valiente!

La tragedia de España acaso haya consistido en que sus entrañas y su estilo fueron separados por la capa falsa, chabacana, decadente, de lo "castizo" Lo "castizo" no es lo popular. Es popular, ritual y profunda, como decía Rafael Sánchez Mazas, la tradición de natalicios, lunas de miel, hogares e instituciones que este café de San Isidro y esta calle de Toledo nos recuerdan; pero no es popular aquel Madrid de Fornos y la cuarta de Apolo, ni aquel provincianismo de tute y achicoria y ese cante flamenco que se pronuncia en andaluz y ha sido inventado entre Madrid y San Martín de Valdeiglesias.

No faltan consejeros oficiales que no digan, Dios sabe con qué intención: "Hay que hablar al pueblo de una manera tosca para que lo entienda." Eso es una injuria para el pueblo y para nosotros, que no aceptamos ningún lenguaje para hablar, porque, como también decía Rafael, nos sentimos carne y habla del pueblo mismo.

¿Quién ha dicho que nuestro pueblo sólo entiende lo zafio? En el teatro de Calderón están toda la Teología y toda la Metafísica contenidas en la forma más disciplinada, y, sin embargo, fue bien popular. Bien popular somos nosotros –mira, Eugenio, las caras que nos rodean–, y bien nos entendemos contigo. Precisamente porque lo somos, no somos "castizos", no estamos como el pez en el agua en esta España que nos tocó vivir. Al contrario, andamos por los caminos sin reposo, ¡porque España no nos gusta nada, porque la que nos gusta es la otra, la exacta, la difícil! ¡Cuidado, muchachos, con los que ensalzan la virtud adivinadora del instinto, que es la barbarie! Nuestro Matías Montero, descontento con nosotros, murió por el estilo que queremos imponer a España; por la España que no existe ahora, pero que es la merece el dar la vida.

Este es el sentido de nuestro banquete; tú, Eugenio Montes, maestro en cosas difíciles, recobras para lo intelectual la función de servicio de artesanía, y nosotros luchamos porque entendemos lo que quieres decirnos. Ahora te vas a Roma. Cuando vuelvas, acaso haya qué llevar en la mente. Entonces te prometo que volverás a partir con nosotros el pan sobre estos mismos manteles del café de San Isidro.

(La Nación, 25 de febrero de 1935)


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