LA UNIDAD DE DESTINO
Nadie podrá reprochamos de estrechez ante el problema catalán. En estas columnas
antes que en ningún otro sitio, y, fuera de aquí, por los más autorizados de los
nuestros, se ha formulado la tesis de España como unidad de destino. Es decir,
aquí no concebimos cicateramente a España como entidad física, como conjunto de
atributos nativos (tierra, lengua, raza) en pugna vidriosa con cada hecho nativo local.
Aquí no nos burlamos de la bella lengua catalana ni ofendemos con sospechas de mira
mercantil los movimientos sentimentales equivocados gravísimamente, pero
sentimentales de Cataluña. Lo que sostenemos aquí es que nada de eso puede
justificar un nacionalismo, porque la nación no es una entidad física individualizada
por sus accidentes orogáficos, étnicos o lingüísticos, sino una entidad histórica,
diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino.
España es la portadora de la unidad de destino, y no ninguno de los pueblos
que la integran. España es pues, la nación, y no ninguno de los pueblos que la integran.
Cuando esos pueblos se reunieron, hallaron en lo universal la justificación histórica de
su propia existencia. Por eso España, el conjunto, fue la nación.
LA IRREVOCABILIDAD DE ESPAÑA
Hace falta que las peores deformaciones se hayan adueñado de las mentes para que
personas que se tienen, de buena fe, por patriotas, admitan la posibilidad, dados ciertos
requisitos, de la desmembración de España. Unos niegan licitud al separatismo porque
suponen que no cuenta con la aquiescencia de la mayoría de los catalanes. Otros afirman
que no es admisible una situación semiseparatista, sino que hay que optar ¡qué
optar! entre la solidaridad completa o la independencia. "O hermanos o
extranjeros", dice "ABC", y aún afirma recibir centenares de telegramas
que le felicitan por decirlo. Es prodigioso y espeluznante que periódico como
"ABC", en el que la menor tibieza antiespañola no ha tenido jamás asilo,
piense que cumple con su deber al acuñar semejante blasfemia: "Hermanos o
extranjeros"; es decir, hay una opción: se puede ser una de las dos cosas. ¡No! La
elección de la extranjería es absolutamente ilícita, pase lo que pase, renuncien o no
renuncien al arancel, quiéranlo pocos catalanes, muchos o todos. Más aún
terminantemente: aunque todos los españoles estuvieran conformes en convertir a
Cataluña en país extranjero, seria el hacerlo un crimen merecedor de la cólera celeste.
España es irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de cosas
secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir.
España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña
absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de Generaciones y generaciones
anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan. Si
aprovechara este momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a
España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el más abusivo
fraude, la más alevosa traición que es posible imaginar.
Las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los
otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad
de pocos ni muchos.
MAYORÍA DE EDAD
Algunos han formulado la siguiente doctrina respecto de los Estatutos regionales:
no se puede dar un Estatuto a una región mientras no es mayor de edad. El ser mayor
de edad se le nota en los indicios de haber adquirido una convicción suficientemente
fuerte de su personalidad propia.
He aquí otra monstruosidad ideológica: se debe, con arreglo a esa teoría,
conceder su Estatuto a una región es decir, aflojar los resortes de la vigilancia
unitaria cuando esa región ha adquirido suficiente conciencia de sí misma; es
decir, cuando se siente suficientemente desligada de la personalidad del conjunto.
No es fácil, tampoco ahora, concebir más grave aberración. También corre prisa
perfilar una tesis acerca de qué es la mayoría de edad regional acerca de cuándo
deja de ser lícito conceder a una región su Estatuto.
Y esa mayoría de edad se nota, cabalmente, en lo contrario de la
afirmación de la personalidad propia. Una región es mayor de edad cuando ha adquirido
tan fuertemente la conciencia de su unidad de destino en la patria común, que esa unidad
ya no corre ningún riesgo por el hecho de que se aflojen las ligaduras administrativas.
Cuando la conciencia de la unidad de destino ha penetrado hasta el fondo del alma
de una región, ya no hay peligro en darle Estatuto de autonomía. La región andaluza, la
región leonesa, pueden gozar de regímenes autónomos, en la seguridad de que ninguna
solapada intención se propone aprovechar las ventajas del Estatuto para maquinar contra
la integridad de España. Pero entregar Estatutos a regiones minadas de separatismo;
multiplicar con los instrumentos del Estatuto las fuerzas operantes contra la unidad de
España; dimitir la función estatal de vigilar sin descanso el desarrollo de toda la
tendencia a la secesión es, ni más ni menos, un crimen.
SÍNTOMAS
Todos los síntomas confirman nuestra tesis. Cataluña autónoma asiste al
crecimiento de un separatismo que nadie refrena: el Estado, porque se ha inhibido de la
vida catalana en las funciones primordiales: la formación espiritual de las generaciones
nuevas, el orden público, la administración de justicia.... y la Generalidad, porque esa
tendencia separatista, lejos de repugnarle, le resulta sumamente simpática.
Así, el germen destructor de España, de esta unidad de España lograda tan
difícilmente, crece a sus anchas. Es como un incendio para cuya voracidad no sólo se ha
acumulado combustible, sino que se ha trazado a los bomberos una barrera que les impide
intervenir. ¿Qué quedará, en muy pocos años, de lo que fue bella arquitectura de
España?
¡Y mientras tanto, a nosotros, a los que queremos salir por los confines de España
gritando estas cosas, denunciando estas cosas, se nos encarcela, se nos cierran los
centros, se nos impide la propaganda! Y la insolencia separatista crece. Y el Gobierno
busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de
entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la
negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)