(Discurso
pronunciado en el Parlamento el 19 de diciembre de 1933.)
El señor GIL ROBLES:
... Con esta Constitución no se puede gobernar, porque las Cortes Constituyentes,
llevadas de un afán ultraparlamentario y ultrademocrático, han hecho un instrumento de
Gobierno que está plagado de dificultades, y en estos instantes en los cuales en el mundo
entero va conquistando adeptos la corriente antidemocrática y antiparlamentaria,
empeñarse en mantener una Constitución de este tipo no llevará más que a una
solución: una dictadura de izquierda o una dictadura de derecha, que no apetezco para mi
Patria, porque es la peor de las soluciones en que pudiéramos pensar. (El señor PRIMO
DE RIVERA: "De izquierdas o de derechas es mala solución. Una integral, autoritaria,
es una buena solución".) No creo preciso discutir con nadie en estos momentos, y
menos con personas a quien estimo tanto como al señor Primo de Rivera, la conveniencia de
una dictadura de izquierdas o de derechas, ni tampoco las soluciones venturosas de una
dictadura de tipo nacional. Yo sé por dónde S.S. va, y he de decir, para que a todos nos
sirva de advertencia, que por ese camino marchan muchos españoles, y esa idea va
conquistando a las generaciones jóvenes; pero yo, con todos los respetos debidos a la
idea y a quien la sostiene, tengo que decir con toda sinceridad que no puedo compartir ese
ideario, porque para mí un régimen que se basa en un concepto panteísta de la
divinización del Estado y en la anulación de la personalidad individual, que es
contrario incluso a principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar
en mi programa, y contra ella levantaré mi voz, aunque sean afines y amigos míos los que
lleven en alto esa bandera. (Grandes aplausos en el centro.)
EI señor PRIMO DE RIVERA:
Permitidme, señores diputados y sirvan estas primeras palabras de excusa y
saludo, que tercie en una discusión en la que hoy no esperaba hacerme oír, para
poner en claro, con la misma publicidad que ha rodeado a las palabras, siempre tan
acertadas y tan hábiles, del señor Gil Robles, algo que pudiera parecer una imputación
ideológica para una juventud a la que ha aludido y de la que acaso tenga yo algún
título para considerarme parte.
El señor Gil Robles ha dicho que es mala solución una dictadura de derechas y que es
mala solución una dictadura de izquierdas. Pues bien: los miembros de esa juventud de la
que formo parte consideramos que no es sólo mala una dictadura de derechas y una
dictadura de izquierdas, sino que ya es malo que haya una posición política de derechas
y una posición política de izquierdas. El señor Gil Robles entiende que el aspirar a un
Estado integral, totalitario y autoritario es divinizar al Estado, y yo le diré al señor
Gil Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros
apetecernos.
Nosotros consideramos que el Estado no justifica en cada momento su conducta, como no
la justifica un individuo, ni la justifica una clase, sino en tanto se amolda en cada
instante a una norma permanente. Mientras que diviniza al Estado la idea rousseauniana de
que el Estado, o los portadores de la voluntad que es obligatoria para el Estado, tiene
siempre razón; lo que diviniza al Estado es la creencia en que la voluntad del Estado,
que una vez manifestaron los reyes absolutos, y que ahora manifiestan los sufragios
populares, tiene siempre razón. Los reyes absolutos podían equivocarse; el sufragio
popular puede equivocarse; porque nunca es la verdad ni es el bien una cosa que se
manifieste ni se profese por la voluntad. El bien y la verdad son categorías permanentes
de razón, y para saber si se tiene razón no basta preguntar al rey cuya voluntad
para los partidarios de la soberanía absoluta era siempre justa, ni basta preguntar
al pueblo cuya voluntad, para los rousseaunianos es siempre acertada, sino que
hay que ver en cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo
con una aspiración permanente. (Muy bien.)
Por eso es divinizar al Estado lo contrario de lo que nosotros queremos. Nosotros
queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al
servicio de una misión histórica de unidad: encontramos que el Estado se porta bien si
cree en ese total destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de
aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni
de la de derechas, ni siquiera de las derechas y las izquierdas, porque entendemos que un
pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha, que ha de
mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse. (Muy bien.)